Capítulo veinte

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Deja que ocurra.


No había sentido tanta felicidad desde el día que me contrataron para este trabajo. Siento satisfacción por los chicos, porque nadie puede curarse en un sitio donde te tienen prisionero. Este viaje será bueno para ellos, no será como respirar el aire del parque, será diferente. Incluso para mí lo será. No salgo de casa hace tiempo, hace años no frecuento ningún sitio pintoresco ni tengo esas llamadas vacaciones. Y aunque me gustaría pasar ese descanso en familia, no me molesta para nada ir con el grupo. Tengo grandes expectativas.

―Abel te dará más detalles. Ahora vete―dice sonriendo.

Salgo saltando de la oficina del director como si fuese una niña pequeña a la que le cumplieron un capricho.

―Rubia―escucho cerca del alambrado del pabellón peligroso.

Me detengo. Es Ciro, el chico de tatuajes.

―¿Te dieron vacaciones? ¿O qué te pasa?

¿Por qué siempre parecía saberlo todo? Pareciera que ese chico tenía la habilidad de leerme la mente o ver el futuro. Siempre daba en el palo.

―Algo así.

Él carcajea como si hubiera contado una anécdota graciosa. Su dentadura es casi perfecta.

―No te dejan salir el fin de semana pero lo arreglan con unas lindas vacaciones con un grupo de orates―vuelve a reír, burlón―No te confundas, rubia. Te manipulan.

Ciro siempre termina por comerme la cabeza y no puedo evitar pensar en lo que dice.

―Vamos―dice el guardia detrás de mí.

Luego de prepararnos, finalmente llega el Lunes. Nuestras maletas ya están listas. Abel, Emma y Austin están entusiasmados y no dejan de hablar del viaje que se aproxima. A Marco no lo he visto, ha estado todo este tiempo encerrado en su jaula y ni siquiera sé que pensó cuando el psiquiatra le comentó la noticia.

Desde el día que lo llevé al teatro y pasó todo lo que pasó, no lo he vuelto a ver. Quizá se enfadó porque no respondí nada coherente cuando se declaró, cuando abrió su corazón y lo soltó todo, pero no encontraba palabras para responderle algo. No podía permitirme un amor aquí.

Los chicos me esperan en la entrada de La Posada, y al salir siento otro tipo de aire. Siento que estoy a un paso de ser libre. Abel me espera con un auto, Austin ya está arriba junto a Emma y Marco fuma a un costado.

Coloco mis maletas sobre el techo el coche, subimos todos, y partimos. Salimos de ese maldito lugar como si estuviéramos huyendo, como si nunca deberíamos volver.

Voy de copiloto y me siento más libre que nunca. Si yo me siento de esta forma, no quiero imaginarme que sentirán los chicos. Tanto tiempo encerrados ahí dentro pasará factura. Todos gritamos eufóricos menos Marco cuando Abel toma una de las calles de la ciudad.

-No dormí en toda la noche-dice Austin colgándose del asiento de Abel.

Volteo a verlos entre sonrisas. Austin y Emma miran el paisaje por la ventana con una sonrisa que desconocía, y Marco mira el cielo nublado mientras saca humo de sus pulmones.

-¿Tienes música aquí?-pregunto a Abel.

-Tiene que haber algún CD por ahí.

Busco dentro de todo el auto.

-Por fin salimos de ese infierno-dice Emma y todos concuerdan con ella.

Encuentro un disco de Tame Impala y comienza a sonar "Let it happen".

Hilos de sangre © ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora