{ 15 }

505 46 13
                                    

—Ya estoy aquí otra vez—habló España, con una sonrisa tierna, mientras se acercaba a la mesa donde Italia continuaba sentado, esperándole y con aspecto nervioso

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

—Ya estoy aquí otra vez—habló España, con una sonrisa tierna, mientras se acercaba a la mesa donde Italia continuaba sentado, esperándole y con aspecto nervioso. El italiano sonrió con nerviosismo. Le hizo un gesto con la mano del que enseguida se arrepintió. Se sintió muy estúpido.

—H-hola—soltó una risita nerviosa. Por favor, ¿No era capaz de comportarse normal? Se preguntó qué pensaría España de él ahora mismo. Seguro que nada muy bueno. El español sonrió y se sentó en la silla.

—Me he encontrado a Alemania en el baño—comentó España, con una gran sonrisa que a Italia tan sólo le ponía nervioso. El italiano apenas se sorprendió. Ya sabía que sus dos amigos, junto con Japón, estaban por allí espiándolos desde alguna parte del local.

—¿Ah, sí?—Preguntó el italiano, fingiendo sorpresa. Por nada del mundo debía saber España que todo aquello estaba planeado, aunque la verdad es que, desde su punto de vista, era algo obvio que mentía. Nunca había sido demasiado bueno para actuar o fingir.—Qué sorpresa. No me dijo que venía. Igual me lo encuentro yo si necesito ir.

—Sí, bueno... Me preguntó qué hacía yo por ahí. Le conté que estaba contigo y de pronto pareció muy interesado... Fue un poco extraño—respondió el español, con una ceja levemente alzada. Italia maldijo a su amigo en su mente. Estaba claro que España sospechaba algo, y si a eso le sumaba que se notaba que mentía cuando decía que no tenía ni idea de qué hacía el alemán allí, le aterraba que el español pudiese descubrir la verdad.

—S-sí... Alemania es así.—Italia hizo una breve pausa. Se sonrojó un poco.—C-creo que piensa que hacemos buena pareja, aunque... Yo no lo creo.

—Yo tampoco—respondió el español.

Auch.

Vaya, Italia no esperaba eso. Había dicho eso de «yo no lo creo» con la esperanza de que España le dijese que sí hacían buena pareja, o algo parecido. Se quedó callado durante algunos segundos, preguntándose qué decir ahora.

—Bueno... ¿Y qué te gusta hacer?—Preguntó el italiano, sintiéndose algo avergonzado e incómodo por la respuesta del menor. España se quedó callado durante unos pocos segundos.

—Bueno... Suelo leer libros, también me gusta bailar y hablar con la gente—explicó éste, con una gran sonrisa de pronto. Italia trató de olvidarse de lo que el español había dicho anteriormente y le devolvió la sonrisa. No supo exactamente qué decir.

—¿Te gusta bailar sevillanas? —Preguntó el italiano. España asintió con algo de vergüenza, como si temiese que el más alto fuese a burlarse de él o algo parecido. —A mí me gustaría aprender.

España sonrió, halagado, y abrió la boca para hablar, cuando, de pronto, el teléfono del español sonó. El menor, sorprendido, lo sacó de su bolsillo y miró quién le estaba llamando. Italia sintió curiosidad, pero no quiso inclinarse para no parecer muy cotilla.

El español aceptó la llamada y comenzó a hablar con quien fuese que le había llamado, mientras Italia permanecía sentado, sin saber exactamente qué hacer. Pasaron algunos segundos y, después de casi un minuto entero, pudo ver cómo España colgaba.

—Yo... Italia, Portugal me ha llamado para una cosa importante—habló el menor, como si se sintiese mal por lo que estaba haciendo. Se levantó de su silla e Italia tuvo ganas de matar a alguien. A Portugal. —Me tengo que ir, lo siento.

Se dispuso a marcharse, pero justo antes de comenzar a andar hacia la puerta del local, se giró para mirar al más alto, con una sonrisa tierna.

—Ya quedamos otro día, ¿Vale?—Propuso el español. Italia asintió de inmediato, algo nervioso. Después se despidió de España con un hilillo de voz, y le siguió con la mirada hasta que salió del lugar y lo perdió de vista.

De inmediato, se levantó para dirigirse hacia donde se encontraban Grecia, Alemania y Japón, deseando saber qué demonios había dicho Italia para ahuyentar a España de esa forma. El italiano estaba seguro de que habría sido capaz de ver el ceño fruncido de Grecia desde dos kilómetros más allá.

—¿Por qué se ha ido?—Preguntó Alemania, intrigado. Italia miró a Grecia con disimulo y algo de vergüenza, esperando a que el grito o la riña de la griega llegase de una vez. Pero nunca lo hizo. De modo que, Italia, sorprendido, decidió hablar, volviendo a mirar a Alemania.

—Portugal—se limitó a gruñir, cruzándose de brazos y mirando a otro lado, molesto. —Le llamó porque, según España, le necesitaba para una cosa importante y se fue.

Alemania miró a Grecia como si todo fuese culpa suya. La griega abrió la boca para protestar, pero el alemán se le adelantó.

—Grecia, por favor, encárgate ya de ese pesado. No sé, mantenlo ocupado—pidió el alemán, con un suspiro. Odiaba que el portugués siempre lo fastidiase todo, y eso que ni siquiera le gustaba España.

—¡¿Por qué no lo haces tú?!—Preguntó la griega, malhumorada. Ella estaba haciendo todo lo posible por quitarse de encima a Portugal, pero le estaba resultando muy difícil. El portugués hacía todo lo posible por esquivar sus propuestas.

—Bueno, yo puedo coger la katana de mi padre para cortarle la cabeza, si es eso lo que queréis—habló Japón, mirándose las uñas con aire de sobrada.

—Japón, nadie ha dicho nada de cortarle la cabeza a nadie con una katana—respondió Grecia, mirando a la asiática, con una ceja alzada. A veces era un poco rara. Italia se cruzó de brazos.

—Yo te apoyo—le dijo el italiano, mirando a su hermanastra. Japón sonrió levemente, pero no dijo nada.

—Nadie va a matar a nadie—se limitó a decir Alemania. Italia le miró con una ceja alzada. Se le veía algo indignado.

—Pero si eras tú el que propuso lo de matar a Portugal.—Respondió. En ocasiones como esa, no entendía a Alemania. Cambiaba de opinión del día a la noche. Alemania miró hacia otro lado, para responder tras algunos segundos.

—He cambiado de opinión—respondió. Italia abrió los ojos como platos, y después frunció el ceño. Alemania ni siquiera le miró. Menos todavía cuando el italiano habló, incrédulo.

—No me digas que ahora estás de su parte. —Incluso parecía estar enfadado. Alemania acabó por volver a clavar su mirada en él. Se le veía ofendido. ¿Cómo podía haber pensado Italia que estaba de parte de aquel portugués? No se metía entre él y Rusia, y daba gracias por ello, pero, lo hiciese o no, no le caía bien.

Grecia inspiró hondo, temiendo que los dos europeos comenzasen de nuevo con sus peleas verbales.

—Por favor, no discutáis.

Nadie se atrevió a decir nada, y eso que Grecia ni siquiera había puesto tono firme.

Nadie se atrevió a decir nada, y eso que Grecia ni siquiera había puesto tono firme

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
A chiste ❀ ~ España × Italia ✔︎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora