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No se como, pero logro llegar al hotel manejando, tengo la vista borrosa y los ojos hinchados de tanto llorar en el camino, no solo por Paulo, también porque el dolor que siento no se va y empiezo a preocuparme.

No quiero justificar las lágrimas con el embarazo, pero sé que en gran parte es por culpa de las hormonas.

Dejo las maletas en el auto, porque mañana viajo para Barcelona y solo llevo conmigo mi bolso y celular.

Subo al ascensor, marco el número de mi piso, me veo en el reflejo del espejo y soy un desastre, este es el momento en el que agradezco que no me haya seguido la prensa, porque no quiero que nadie se entere de lo que esta pasando.

Tomo una ducha de agua caliente para relajar mis músculos y el dolor deja de ser tan intenso, pero sigue ahí y no se va.

Me acuerdo que tengo paracetamol en mi bolso pero no estoy segura si le puede hacer daño al bebé, así que intento relajarme y tomármelo con calma, seguro es normal.

Ordeno mis cosas, así ya las dejo listas para irme a Barcelona, prendo mi computadora y saco los pasajes.

Mientras espero que suban la comida que pedí, me seco el cabello y me pongo algo más cómodo para dormir.

A los minutos tocan la puerta de la habitación, me levanto a atender y la chica deja la bandeja con la comida en la mesa que hay en la habitación, le doy las gracias y luego se va.

(...)

Estoy terminando de comer cuando me empiezo a marear y corro al baño a vomitar, cuando me siento un poco mejor me levanto y lavo mis dientes.

Estoy por apagar la luz cuando siento una fuerte puntada en mi zona abdominal que me deja viendo negro por unos segundos, por la desesperación de no saber que pasa empiezo a llorar.

Me siento sobre la cama y trato de calmarme, pero entonces el dolor se duplica. Me siento muy mal y empiezo a temblar.

Como puedo agarro el celular y llamo a la única persona que sé que está en esta ciudad, por más que no lo quiero ver, tarda segundos en atender, suspiro aliviada.

–¿Agus?– estoy por responder, pero el dolor no me deja respirar–. ¿Pasa algo?

–No... no se que pasa, duele mucho Paulo– hablo como puedo.

–¿Gorda estas bien?– no puedo contener el llanto y los espasmos que me atacan.

–Creo que es el bebé, me duele mucho, tengo miedo.

–Pasame tu ubicación, ahora salgo para allá– sin cortar la llamada le mando la ubicación–. Estoy yendo.

–No cortés, por favor– el niega y pregunta por mi habitación.

–Piso 4, es la habitación 128– hago los ejercicios de respiración que hacía en terapia porque es la única manera de ayudarme a controlar mis emociones y que no tenga otro ataque de pánico.

A los pocos minutos abre la puerta, se acerca a mi preocupado y se arrodilla delante de mi.

–¿Que tenés?– pregunta agarrándome de las manos porque se da cuenta de que las estoy apretando por el dolor.

–Dolor en la zona abdominal– cierro los ojos cuando me da otra puntada y aprieto su mano–. Duele mucho.

–Vamos al hospital, ¿podés levantarte?– asiento y el me ayuda poniéndome las zapatillas y me pasa una campera–. Está fresco afuera.

Salimos de la habitación y subimos al ascensor, me abraza cuando ve que no dejo de llorar.

–Shh, está bien Agus, está bien– su voz es ronca–. ¿Tomaste alguna pastilla para el dolor?

–No, no sabía si podía hacerle mal al bebé, solo a la mañana tomé la que me dio la doctora que me atendió.

Llegamos al piso de abajo y salimos afuera, subimos a su auto y me abrocha el cinturón de seguridad. Y es recién ahí cuando me doy cuenta de que mi ropa interior está húmeda, que no sea lo que estoy pensando. Empiezo a ponerme nerviosa y mi cabeza da vueltas una y otra vez, aprieto el botón para bajar el vidrio de la ventana cuando empiezo a sentir que me falta el aire.

Mi mente empieza a jugarme en contra y mi cuerpo se siente débil, cierro los ojos y lo último de lo que soy consciente es de que Paulo me habla.














Together | Paulo DybalaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora