Capítulo XLII

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Pareciera que Alberto a veces me pide cosas solo para molestarme, cree que, porque me dará un ascenso pronto tengo que ser su mandadera, me irrita de una manera exorbitante, por lo general, cuando son cosas que no corresponden me niego, hace mucho que le perdí el miedo y le hago frente sin que me tiemble la voz, me di cuenta de que él me necesitaba más de lo que yo a él.
Accedí a esta tarea dado que involucraba ir a la clínica San Andres, y podría aprovechar de saludar a mi querido amigo.

Al cruzar las puertas de la clínica una sensación de nostalgia me invade, creo que existe un antes y un después de este lugar, sobre todo porque me hizo conocer al hombre más mañoso y atento del mundo, jamás me arrepentiría absolutamente de nada de la historia que hemos vivido.

Marco el piso del Sr. Adams, y respiro profundo, Alejandro ha tratado de ayudarme con mi problema de claustrofobia,  pero sinceramente no hemos avanzado mucho. Se abren las puertas del ascensor y salgo rápidamente, camino hacia el escritorio de su secretaria quien me sonríe amablemente en cuanto me ve.

—Buenos días —la saludo, ella se ajusta las gafas para mirarme bien.

—Buenos días Srta. Hoffman, el doctor la está esperando en su oficina, ¿quiere que le lleve un café?

—No muchas gracias, no me quedaré mucho—asiente con la cabeza y me señala la puerta para que entre.

Toco un par de veces antes de abrirla.

—Buenos días Sr. Adams —lo saludo aún desde la puerta.

—Buen día, pase adelante por favor—se levanta de su asiento y me señala la silla frente a su escritorio.

—Muchas gracias, Alberto me indicó que tenía algunas dudas con la remodelación del área de cardiología, le traje los planos y el resumen del proyecto en esa área —le informo con una media sonrisa tratando de disimular mi amargura, dado que toda esta información ya la había entregado en su momento.

—Sí,  estaba necesitando revisar algunos detalles de la ventilación del lugar, usted sabe, por el tema de que todo tiene que estar libre de bacterias—su mirada me incomoda, me limito a asentir con la cabeza y le extiendo los documentos.

Me levanto de la silla.

—Si tiene alguna duda me comenta y con gusto lo ayudo—sonrió con amabilidad.

—Perfecto —se levanta de su puesto y se acerca a mi—fue un gusto tenerla por acá —me abraza, y me agarra desprevenida, le doy un par de palmadas en la espalda y me separo— o si, entiendo—dice entre risitas—Emiliano no se cansa de decirme que ustedes están saliendo, así que mejor guardo mi distancia.

Nunca dejará de sorprenderme el nivel de sobreprotección que tiene mi doctor. Si por el fuese me mete en una caja de cristal en donde nadie me toque.
Desgraciado egoísta me quiere solo para él, pero si quiere que yo lo ande compartiendo con esas víboras que tiene. Resoplo y vuelvo en mi.

—Si es muy celoso—aseguro siguiéndole la corriente—será mejor que me vaya, ya sabe, si tiene dudas me avisa.

Me despido y salgo del lugar.

Camino al ascensor y marco el piso diecisiete, para llegarle de sorpresa a Emiliano.
Al entrar me topo de frente con John, inmediatamente pongo los ojos en blanco. Me coloco junto a él sin mirarlo.

—Hola Bianca—dice en voz baja, es increíble que tenga la osadía de saludarme, lo volteo a ver casi queriendo arrancarle la cabeza—se que me pediste que no te volviese a hablar, pero necesitaba disculparme contigo.

Me mira con ojitos triste, las puertas del ascensor se abren y salimos al piso diecisiete.

—No creo que necesitemos hablar John—digo tajante.

Déjame EnseñarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora