Epílogo

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Estas últimas noches han sido un suplicio, pareciera que, en vez de llevar dentro de mí a una pequeña, llevase en su lugar a un alíen, pero no cualquier alíen, uno de esos gigantescos que te van comiendo de a poco y que solo espera el momento perfecto para desgarrar mi abdomen y salir de mi interior como en las películas de terror.

Me giro sobre la cama y quedo frente a mi querido doctor, al pobre lo he hecho sufrir bastante durante el embarazo, mi humor ha sido una puta montaña rusa y él las ha pagado todas. Me le acerco un poco y deslizó mis dedos por su pecho desnudo, es increíble que ahora puedo decir con total certeza que este hombre es mío, solo mío.

—¿Va a abusar de mí futura Sra. Russo? —pregunta con los ojos aún cerrados y una sonrisa dibujada en sus labios.

Suspiro.

—Ya quisiera, no tienes idea de las ganas que tengo de aprovecharme de ti, pero tu hija, el alíen, me impide casi hasta respirar—admito agotada.

—Oye— se queja y abre los ojos girándose hacia mí—no te metas con mi princesa—lleva su mano a mi vientre y enseguida Emille patea, pongo los ojos en blanco automáticamente.

—Genial, yo la llevo treinta y nueve semanas dentro de mí y ella aún no ha nacido y ya te quiere más que a mí—hago pucheros.

—No seas celosa—me abraza—nos va a querer a los dos por igual—me da un beso corto en los labios y se separa dejándome con ganas de más—pero yo seré el divertido—Asegura, tomo una almohada y se la pego por la cara. Lo escucho reír.

El movimiento brusco genera una presión en mi vientre que me hace soltar un quejido.

—¿Estás bien? —se apresura a encender la lámpara.

—Sí, fue solo un mal movimiento—me siento con cuidado y siento otra presión que tensa mi barriga, y duele, sujeto con fuerza un puñado de sabanas hasta que pasa.

—Creo que ya viene—me dice y niego con la cabeza, siento que entraré en un ataque de pánico en cualquier momento.

—Aún no rompo fuente, no creo, no estoy lista—me digo a mí misma y mi respiración comienza a agitarse.

—Claro que estás lista, llegó la hora de conocer a nuestra mini Bianca.

—No le digas así—lo regaño y tomo su mano y la aprieto con fuerza ante la siguiente contracción, esto duele, y mucho.

—Deja que revise tu dilatación—baja las sábanas y abre mis piernas, en cualquier otro momento me hubiese opuesto rotundamente a que hiciera eso, (es demasiado incómodo y vergonzoso), pero tengo una mezcla de miedo y alegría que me impiden reaccionar.

—Tienes tres de dilatación, si vamos ahora al médico nos devolverán, hay que esperar un poco.

—¡Esperar! —me exalto— ¿Y si se me pasa el parto?, ¿o si no llego a tiempo para que me coloquen la epidural? —lo sujeto de los brazos —más vale que me pongan la anestesia porque si no te haré vivir un infierno —lo amenazo y lo veo analizarme serio, hasta que se le dibuja una pequeña sonrisa en los labios y lo golpeo.

—Preciosa tranquila, no se te pasará el parto, llenaré la tina con agua tibia para ayudar con el dolor ¿está bien? —asiento y sale disparado para el baño, tomo el teléfono y le marco a Elenna.

—¿Ya viene? —suelta con emoción al segundo timbrado, es claro que si la llamo a las dos de la mañana debe ser por eso.

—Eso creo—digo en un hilo de voz.

—Despertaré a Daniel para que tomemos el primer vuelo para allá—grita.

—No hagas eso, te saldrá muy costoso, además aún no estoy con dilatación máxima así que puedes esperar a tu vuelo que sale en unas cuantas horas.

Déjame EnseñarteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora