CUARENTA Y UNO

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—Lo he encerrado, no te hagas ilusiones, fue por ordenes de padre

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—Lo he encerrado, no te hagas ilusiones, fue por ordenes de padre.

—Que importa, te lo agradezco tanto, Michele, tanto, con todo el amor que le tengo a mí pequeña.

Di ciertos movimientos, tengo la extraña sensación de que algo me molesta, como cosquilleos, escucho voces pero no entiendo que es lo que dicen. Siento como sí alguien, toma mí cuerpo y no me deja despertar, lucho y peleo por abrir mis ojos hasta que después de desquitarme tanto con la nada, lo logré.
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Desperté agitada, entiendo nada de lo que ha sucedido. Sin embargo, sí recuerdo lo que le dijo antes samael a un tal Michele.

Siento mí cuerpo un poco frío, observo alrededor y estoy en una bella habitación, parece de la realeza, con estilo entre barroco y era victoriana. Nada más podría cautivar mis ojos, esta belleza lo es todo, incluso, hace sentirme calmada.

—Veo que estas bien, mí pequeña.

Escuchar esa voz me hace exaltar de alegría. Puse mí vista a la entrada, ahí está Samael con su torso descubierto, sus pantalones negros desgarrados, pies descalzos, cabello revuelto y algo sucio. Eso no le quita la belleza.

Él se acercó a mí, con pasos emocionados y se detuvo a medio metro.

—Necesito estar más guapo.

Chasqueó sus dedos y volvió a su estado elegante. Su perfume varonil con el aroma de fresas que lleva su cabello, golpea fuerte mí fosas nasales, como sí de un gran éxtasis se tratase.

Samael se acercó para abrazarme, lo hizo tan fuerte como sí lleváramos tanto tiempo sin vernos, sí que fue así. Yo también me aferre a sus brazos, lo necesité tanto.

—Te extrañé —Dijo, con un suspiro.

Sentí como se agitó un poco, yo le seguí. Recordé de repente todo lo que hizo mí padre, mí hermano, recordé como me sentí con todo el coraje por culpa de la traición,  y, el recordar que Samael ha sido y es mí cura de todos los problemas, me hace sentir sentimental. Unas lágrimas salieron de mis ojos, me siento tan bien al tenerlo aquí en mis brazos, amo ese sentimiento de estar en hogar, en, ese sentimiento que me hace decir: ¡al fin estas aquí!

Samael se separó, con sus manos tomó mí rostro y miró fijo a mis ojos.

—Estoy y estaré siempre a tu lado, mí pequeña, porque tú y yo estamos destinados a quedarnos juntos.

Limpió mis lágrimas y dejó un beso en mí frente, sonreí un poco.

—Je t'aime, mí pequeña.

—Je t'aime, ángel.

Le respondí inconscientemente, por alguna extraña razón, sé que significa te amo.

Samael se acercó a mis labios, sentí su fría respiración sobre mí, los besó de forma lenta, como sí disfrutara cada pequeño movimiento y yo, yo estoy encantada por sentir esos fríos, exquisitos labios sobre los míos. Cerré mis ojos, me concentré en lo bien que se siente, ¡en lo bien que estoy cumpliendo mí necesidad!, porque sí, yo necesitaba esto, yo, moría por esto.

Nuestro pacto (terminada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora