Capítulo 34

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—Corta, corta— le dijo muy bajito, mientras le hacía señas.

Perdone señor se ha equivocado de persona— finalizó Rafael y cortó la llamada.

—De la que nos hemos librado— Nerea se dirigió a Rafael.

—Y tanto.

—No entiendo cómo supo mi padre que yo estaba en París y sobretodo hace mucho que no me llama, todo esto es muy extraño— comentó confusa Nerea mientras doblaba la ropa.

—No lo sé, cariño. Anda trae —le quitó cuidadosamente la camisa a Nerea.— Ya lo doblo yo.

—Gracias— le sonrió tiernamente.

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—Volvemos a viajar otra vez— anunció un poco asustada.

—No me puedo creer que todavía tengas miedo a volar— su voz fue incrédula. — Si no vamos a caernos.

—Por favor Rafael ni mentes la palabra caer.

—Está bien...— el interfono anunció su vuelo.— ¡Venga vamos!— exclamó Rafael al mismo tiempo que tiraba de su la mano de su mujer.

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— ¡La bella Italia! — dijo Rafael imitando el acento italiano.

— ¡Roma es preciosa, pero París no le tiene que envidiar nada! — comentó Nerea.

—Cariño, mira a tu alrededor, todo es pura cultura, arquitectura, simplemente la gran capital italiana es grande — discrepó con ella su esposo. 

—Bueno esa es tu opinión, no la mía.

«Mujeres, siempre quieren salirse con la ayuda».

— ¡Ay! —se quejó él por el codazo que Nerea le había proporcionado, al increíblemente leer sus pensamientos.

—Por cierto amor, las mujeres siempre nos saldremos con la nuestra, cuanto antes lo asimiles mejor— lo aconsejó.

El como respuesta puso los ojos en blancos.

—Anda mujer vamos, hay que dejar las maletas en el hotel.

—Vamos pues hombre.

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  Después de haber llegado al hotel y depositar sus valijas allí, ambos emprendieron camino para ver la ciudad.

—Rafael.

   Este dirigió su vista a su brazo y descubrió una parte de este dejando así visible el rolex de oro que siempre portaba consigo, un viejo regalo y al vez recuerdo de su abuelo fallecido años atrás. Él le guardaba un gran cariño al reloj de su abuelo, porque a pesar que de que su abuelo era un viejo quejica, este siempre lo cuidó, prácticamente su abuelo fue el padre que nunca tuvo, del que se vio privado desde su pequeñez, ya que debía trabajar si quería que sus hijos algun día llegaran a algo en la vida.

Flashback

—Abuelo ¿qué hacemos aquí? — preguntó curioso aquel niño mientras su vista iba del gigante jardín paradisiaco a su abuelo y vicerversa.

—Hijo— acarició el pelo de su nieto como muestra de cariño. Sonrió y prosiguió hablando— Hijo te quiero dar una cosa.

— ¿Qué es abuelo? ¿Qué es? — decía intrigado y alegre Rafael.

  Su querido abuelo llevó su mano a la chaqueta y la palpó en vista de que no encontraba la cajita en la que descansaba el regalo que pronto recibiría su nieto.

Como los trenes ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora