Extra 1

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25 de junio de 1991

Emilie Bacchellie

—¡Emilie! ¡Emilie!

Continúo corriendo sin darle importancia a las partes de mi vestido desgarrándose contra las ramas de los árboles a mi alrededor, corro hasta que llego a un espacio vacío en el que finalmente puedo descansar sin nadie a mi alrededor. Me tumbo en una banca cerca de la cornisa del balcón y, sin verificar que no haya nadie cerca, comienzo a tratar de recuperar el aire perdido, me quito los zapatos, bajo el cierre de mi vestido y cuando estoy a punto de quitármelo, alguien carraspea.

—¿Hola?

Levanto la cabeza después de mi brinquito de pánico y me encuentro con un chico fumando, un americano de cabello rubio desarreglado al igual que su esmoquin, está recargado en la pared frente a mí y me mira como si estuviera loca, como todos lo hacen. A veces me molesta la manera en que juzgan estas personas.

—Hola —sonrío—, ¿puedes apagar tu cigarro?

Subo el cierre de mi vestido y trato de utilizar el mejor acento americano que pueda para que no me juzgue más de lo que ya lo está haciendo.

—Eh... —lo mira—. No.

Llevo tres minutos enteros corriendo y lo último que me apetece es pasar los siguientes cinco oliendo tabaco, así que me levanto para irme, pero lo vuelvo a escuchar.

¡Emilie!

—¡Merda!

No quiero continuar corriendo sin sentido, la mejor idea que se me ocurre es lanzarme hacia el balcón, que no es tan alto por lo que vi al subir las escaleras, ni tan pequeño, pero eso es un nuevo descubrimiento gracias al golpe que me acabo de dar en la espalda al tirarme como toda una demente.

¡Mierda! —grita él, desde arriba.

¡Emilie! —se escucha demasiado cerca y cierro los ojos.

Me quedo recostada en el suelo, sin moverme, sin respirar, esperando a que él me encuentre, entonces todo habrá sido en vano.

—Hola, ¿de casualidad has visto a una chica rubia de vestido gris?

Se tarda tanto en responder que me preparo para correr de nuevo, pero termina ayudándome después de un largo suspiro.

—Corrió hacia allá.

Gracias.

Me levanto del suelo cuando veo su cabeza rubia asomarse, pone los ojos en blanco y me ofrece su mano para volver a subir sabiendo que tenemos escaleras a un lado, me parece tan estúpido que la tomo y subo como una salvaje.

—Gracias.

—Asumo que tú eres Emilie —me mira de pies a cabeza.

—Yo soy Emilie —me sacudo el vestido—, y él era Dean —lo señalo.

—Parecen muy unidos —deja caer su cigarro al pasto y lo pisa.

Sonrío cuando lo hace, pero no dejo que lo note.

—Es mi mejor amigo, pero las cosas se pusieron extrañas.

Si, se pusieron extrañas e incomodas cuando sacó un anillo y me ofreció ser la siguiente señora Morgan, como si no fuera lo suficientemente raro que mi hermano me haya traído a una fiesta en la que ofrecen a una mujer como si fuera yegua.

—¿Huyes de esa manera de los problemas?

—Solo de los que no quiero enfrentar.

Miro hacia dentro del salón y me doy cuenta de que la anfitriona no ha aparecido. Todavía tengo tiempo de entrar, lo que me parece perfecto porque uno de mis tacones se acaba de romper.

Todos Los Días De Mi VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora