34. Mil Cuchillos

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El día que inició y se desarrolló a la perfección ahora parece uno de los peores días de la historia de mi vida, cansado, desgastante, horripilante y todas las palabras existentes para describir a Catherine Hawckett, incluso las que no existen.

Cuando Catherine entró a la oficina le pedí a Amber que llamara de inmediato a Demien, le di indicaciones para que no dejara a Shawn pasar y le pedí que avisara a Luca que esto me llevaría muchísimo tiempo. Pero Catherine ya lleva aquí una hora, ha estado caminando de un lado a otro en la oficina, buscando cualquier cosa que criticar, cualquier detalle, por más pequeño que sea, ya ha criticado mi falda, mi cabello, incluso el letrero de la puerta porque ella también cree que Bradley Morgan es un nombre pretensioso y ridículo. Yo no tengo la culpa de eso.

—Veo que progresaste de maravilla, linda —se pasea por la oficina mientras esperamos—. Nunca olvidaré el ático que te dio tu padre para que dejaras de molestarlo.

—Era la oficina del director de marketing.

Intento no hacer caso de su irritante voz y desvío mi atención en escribir cualquier cosa. Empiezo a dibujar a Catherine con un enorme piano sobre su cabeza, a punto de caerse.

—¿Estudiaste marketing?

La miro sin poder creerlo.

—Fuiste a mi graduación.

—¿Ciencias sociales? —niego con la cabeza—. ¿Leyes? —niego—. ¿Artes plásticas? —niego—. ¿Psicología?

—Deja de intentarlo.

—Linda, no es sencillo —se sienta frente a mi—. Tengo cincuenta y nueve años...

—Tú no tienes cincuenta y nueve.

Viéndola de lejos y sin prestarle mucha atención no se le notan los setenta años. Si la gente no conoce a sus hijos podría pasar por sesenta y cinco. Eso es un poco aceptable, quitarse uno o dos años, la edad a veces le pesa a señoras como ella, el problema es que esta señora tiene un hijo de cuarenta y ocho y tres nietos mayores de veintitrés, es un crimen que se quite once años.

—Ingeniería —sonríe cómo si hubiera acertado.

—Esas son las carreras que abandonó Blake.

—Debiste estudiar ingeniería, tu abuelo quería que...

—No me conoció.

El padre de Eliott falleció cuando él tenía veintidós, Paul apenas era un bebé de dos años.

—Paul —continúa sin prestarme atención—. Quería que Paul fuera ingeniero.

—Lástima, soy la única que terminó la universidad.

—Siempre he estado orgullosa de eso.

—¿Qué necesitas, Catherine?

—Quería verte, extraño mucho a mis nietos.

—Ni siquiera sabes mi segundo nombre.

—Cecilia —sonríe.

El premio a la mejor abuela del mundo se lo llevó esta mujer hace veintiocho años.

—Deberías volver a la villa de locos de donde saliste, Catherine. Tengo mucho trabajo.

Hace tiempo que Catherine se fue a vivir a Los Ángeles a una enorme casa en un enorme condominio para gente como ella, ancianos que fueron tan desgraciados con sus familias que ya nadie los quiere cerca.

—Creí que vivías en Seattle —me ignora.

—Vine a trabajar tres días.

—¿Cuál es el nombre de tu pequeña compañía? —sonríe—. Podría invertir algo...

Todos Los Días De Mi VidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora