20 Viejos amigos

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Una Semana antes

No he querido entrar al castillo, no sería apropiado, debo esperar a que pase al menos un día; muchas cosas han pasado, y también muchos años, para que de repente llegue al castillo y les diga a todos quién soy, solo me ganaría que me tacharan de loco y me sacasen del reino.

Me devuelvo por el mismo camino, regreso al gran mercado, mi estómago empieza a retumbar al ver los puestos de comida – mi Dios dame fuerzas, y quítame el hambre... - muchos lugares han cambiado, todas las personas que conocía en aquellos momentos tal vez ya no estén aquí; veo el sol ocultarse, y oscurecerse las calles, ya no hay tanta gente circulando, dejándome con un sentimiento de soledad emergente, y con el hambre aumentando; mis pies los siento pesados, y mis ojos cansados, siento algo de mareo a causa del hambre intenso y el sueño. No veo lugares en los que pueda pasar la noche, me acerco a un muro y me recuesto sobre el, respirando profundo para calmar las náuseas, sé que en este momento, en la única persona que puedo confiar es en Esteban; mi gran amigo, una de las personas que más extrañé cuando tuve que irme, mi compañero en batalla y en la vida diaria, el que me apoyaba a pesar de todo, recuerdo que más que un amigo, él era el hermano que siempre quise.

Me reincorporo y sigo caminando lo más rápido que puedo, me dirijo a la casa de Esteban, recuerdo que vivía en las afueras, en un barrio que había creado mi padre para las familias de los jóvenes que se habían unido a la guardia real; paso por el puente, recordando las veces que Esteban y yo veníamos al lago después de los entrenamientos, junto a la hermana menor de Esteban, Lisa, llego a los suburbios, muchas de las casas están abandonadas – en este lugar ya no deben de vivir muchas personas – veo una luz proveniente de una de las casas, el alivio y la tranquilidad me invaden totalmente, al darme cuenta que es la casa de Esteban, es justo como la recordaba, solo que las paredes están algo agrietadas por el tiempo, y las ventanas se ve que las cambiaron, tiene el mismo techo de madera, algo arreglado para cubrir huecos, supongo, y la chimenea de piedra. Me acerco a la puerta, doy tres toques y espero, puedo ver varias luces desde afuera – deben estar comiendo, tal vez no sea buen momento - me doy media vuelta, justo cuando me dispongo a salir de ahí, veo la luz salir de la casa, iluminando tenuemente el camino que está en frente, dejando ver la silueta de mi cuerpo hecho sombra; me volteo y veo a un hombre de unos cuarenta y tantos años, algo canoso, bajo y... ¡¿Esteban?!.

-Buenas noches, ¿necesita algo? – parece no reconocerme.

-Buenas noches, ¿Esteban?, soy yo, no me recuerdas – el hombre ladea la cabeza levemente con confusión.

-Lo siento, no sé quién es usted, y... yo no soy Este –

Se escuchó una voz vieja y ronca desde adentro de la casa que interrumpió al hombre – Ernesto!... ¿Quién es muchacho y por qué tardas tanto? –

-Un momento tía! Lo siento...–

lo interrumpo apenado – No se disculpe, lamento molestarlos a tan altas horas de la noche, estoy buscando a alguien que vivía en esta casa, se llama Esteban Millán – el hombre abre sus ojos con algo de asombro, mira hacia abajo con tristeza y me dice.

-Lo siento señor, Esteban ya no se encuentra aquí – dijo en un tono triste.

-¿Cómo que ya no se encuentra?... – el hombre abre su boca para responder, pero es interrumpido por una señora algo anciana pero bien conservada, que sale desde adentro, colocándose junto al hombre en el umbral de la puerta, empieza a regañarlo como si fuera un niño pequeño.

-Ernesto, ¿por qué tardas tanto?, ¡no recuerdas que estamos comiendo!, sabes bien que la cena es muy importante para la familia – la señora le sigue reclamando con una voz ronca y casi apagada por los años, lleva el cabello largo y suelto, algo rizado, de color azul grisáceo – canas... la perdición de todo ser humano – lleva un vestido blanco de tela de cortina, hasta las pantorrillas, y unos pequeños zapato planos de cuero – aquí aún no han inventado el plástico, claro... - sin siquiera percatarse de mi presencia ya que está de espaldas a mí, sigue regañando al hombre; carraspeo levemente para llamar su atención, y con éxito la señora se calla rotundamente y se voltea despacio; me mira de arriba abajo con recelo, y el ceño fruncido, ladea la cabeza y entrecierra los ojos.

Alma De Hielo Fuerza De Fuego [ Libro 1 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora