22. Accidente

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2010

Todo mi cuerpo dolía, abrí los ojos, lo que me costó un montón, hasta eso me dolía. Estaba apoyada en el frío pavimento. Intenté moverme pero no pude, me dolía todo. Y lo único que podía ver era el pavimento y sangre.

No sé cuánto tiempo pasó, pero una estridente sirena sonó y sentí que me movían haciendo que todo mi cuerpo protestara por el dolor.

—Yo...—me costaba hablar.

—Tuvo un accidente—me dijo la voz de un hombre—ahora la llevaremos al hospital—me levantaron del suelo haciendo que todo doliera. Me subieron a una camilla y me pasaron unas cintas por encima, supongo que para que no me cayera.

—Mi bebé—dije cuando alzaban la camilla. Los ojos se me llenaron de lágrimas al pensar en mi bebé y en que no sabía si estaba bien o no, quizás por mi irresponsabilidad le había pasado, aunque bueno si fuera así cumpliría el deseo del Erick, aunque eso no era lo que yo quería—¿Estará bien? —pregunté.

—¿Está embarazada? —preguntó la voz del hombre.

—Sí—respondí.

—Tranquila—respondió la misma voz. Maldita sea.

—Quiero saber cómo está mi bebé—exigí a pesar de que hablar me tomaba demasiada energía.

—Señorita, cálmese, sufrió un accidente grave, en el hospital el doctor la evaluará.

—Dígame si está bien por favor—estaba entrando en pánico. Ay, si algo le había pasado en verdad no lo soportaría.

—Póngale un calmante—dijo el hombre. Maldita sea no.

—No, no quiero, no quiero que me ponga nada—lo peor es que no me podía mover, estaba inmovilizada, además me dolía todo demasiado. Sentí una aguja pinchar mi brazo, luché contra eso, solo quería saber cómo estaba mi bebé. Seguí luchando pero lentamente caí en la inconsciencia.

.

Pitidos constantes me despertaron, abrí los ojos, ya no me dolía tanto. Miré mi mano y tenía una vía con suero y medicamentos supongo. Estaba en el hospital. No había nadie a mi alrededor, estaba sola, solo me acompañaba el sonido de la máquina que marcaba mis signos vitales.

Mi pierna estaba enyesada, al igual que uno de mis brazos. Sí que me había dado un porrazo gigante. Pero estaba aquí viva, no como el Gonzalo, mis ojos se llenaron de lágrimas al recordar a mi amigo, porque lo era. Lo iba a extrañar tanto, iba a extrañar sus bromas, su risa contagiosa.

Un movimiento me hizo mirar a la puerta, entró mi padre y madre a la habitación. Se notaba que los habían sacado de su fiesta elegante de navidad. Mi padre venía de traje aunque era normal en él vestir así, y mi madre venía elegante con un vestido color vino hasta el suelo, tacos que repiqueteaban en el suelo, un abrigo color negro de piel y unos guantes del mismo color.

—Mia cara (cariño mío)—dijo mi madre acercándose a mí y tomando mi mano donde tenía la vía, puesto en la otra tenía un yeso—Come stai? (¿Cómo estás?)—preguntó mirándome con lágrimas en sus ojos.

—No muy bien—respondí.

—Damiano nunca debió permitirte andar en esas cosas infernales—dijo mi madre. Ella odiaba las motos y cuando aprendí a andar en ellas por mi padre cuando tenía como trece nunca estuvo de acuerdo. Mi padre me observaba en silencio desde su puesto a los pies de mi cama—Por suerte ibas con casco mia cara o sino otra hubiese sido la historia—dijo poniendo su mano sobre su boca intentando detener el sollozo que se le escapó.

Bad Blood || Erick Pulgar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora