30. Mala sangre

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Nací en sangre y moriré en sangre, ese era mi destino desde que llegué a este mundo y nada lo cambiaría porque estaba escrito... ese fue mi pensamiento cuando la sangre me estaba ahogando, saliendo por mi abdomen y por mi boca.

—Resiste—escuché una voz desconocida. Me estaba muriendo y lo sabía, no iba a resistir, aunque quisiera con todas mis ganas hacerlo, quería ver a mi hija, quería estar junto a el Erick, pero el cruel destino me llevó antes de tiempo y me estaba haciendo pagar todos mis pecados—Tienes que resistir Lucía, te necesitamos—no sé quién era esa mujer que hablaba, no sé por qué me necesitaba. Eso fue de lo último que fui consciente antes de irme a la oscuridad...

.

Caminé por el Central Park, una leve brisa me removía mis cabellos. Respiré profundo, mis servicios de investigación me habían dicho que el Erick estaba aquí, que había logrado hacerse con la custodia de Bea y que por fin hoy se la iba a llevar con él. Los vi a los lejos. Una pequeña niña castaña con dos trenzas y vestida muy a la moda neoyorkina estaba al lado del Erick, mis ojos se llenaron de lágrimas. Mi corazón quería salirse de mi pecho, ese corazón que por suerte sobrevivió. Mi guata se llenó de maripositas, no sabía cómo actuar, cómo acercarme a ellos. Siempre pensé en mi hija, pero ahora que la tenía al frente no sabía qué hacer, había congelado mi corazón hace tantos años que era muy difícil sentir todas estas emociones otra vez. Alguna vez me gustaron mucho los niños, pero ya no sabía cómo interactuar con ellos porque había perdido toda mi inocencia involucrándome con la mafia, ya no sabía cómo hablar con mi hija, pero era lo que siempre había deseado, tenía que armarme de valor y acercarme a ellos, pero era tan difícil, nunca había tenido tanto miedo en mi vida, ni cuando estuve a punto de morir.

Me mantuve a unos pasos de ellos, siguiéndolos, no lo notaron, aún podía ser sigilosa. Compraron un hot dog en un carrito, el Erick puso cara de disgusto, claramente no le gustó el sabor, pero Bea se veía feliz con su hot dog. Siguieron caminando por el parque, tenía que hablarles. Sé valiente Lucía.

—Erick—dije su nombre, apenas y me salió la voz. Pero su espalda se puso tensa, me escuchó. Se giró lentamente y me miró como si yo fuera una alucinación, como si no pudiera creer que yo estaba ahí, viva. Sus ojos se llenaron de emoción y me miró con unos ojos tan llenos de amor que me dieron ganas de llorar como una niña pequeña, era como volver al pasado, como si no hubiese pasado el tiempo y fuera el mismo Erick del que me enamoré, ese que me amaba sobre todas las cosas.

—Mi ángel—dijo. Sonreí. Volví a ser su ángel, después de ver haber sido el diablo en su historia—¿Estoy alucinando? —preguntó.

—No, flaco. Sobreviví y estoy aquí para recuperarlos—dije. Él no dudó ni un solo segundo, acortó la distancia que había entre nosotros y me apretó en un abrazo. Hundí mi nariz en su pecho, aspirando su aroma a perfume. Al fin estaba con mi Erick, al fin era libre para estar con él, libre de mis demonios.

—Mi amor, pero ¿cómo? —se separó de mí y tocó mi rostro para confirmar que yo estuviera ahí—yo vi cuando estabas desangrándote y te subieron a un furgón y te llevaron—asentí.

Y así había sido. Me habían secuestrado, pero me habían salvado la vida...

Me dolía absolutamente todo. Sentía la garganta seca, abrí los ojos lentamente y es como si no hubiese visto la luz en días, quedé enceguecida. Y un fuerte dolor de cabeza me azotó. Volví a intentarlo, abrí los ojos otra vez ¿Dónde estaba? Miré a mi alrededor estaba en una sala de hospital. Tenía una vía intravenosa en mi brazo y un monitor que registraba mis signos vitales. Estaba viva, pero ¿cómo? Toqué el botón de un timbre que estaba a mi lado. No pasó mucho tiempo hasta que llegaron unas enfermeras a revisarme, no me dijeron mucho. Solo dijeron que esperara que iba a venir alguien a hablar conmigo. Esperé pacientemente hasta que llegó una mujer castaña de ojos azules, que se me hacía muy familiar...

Bad Blood || Erick Pulgar Donde viven las historias. Descúbrelo ahora