19. Hasta El Último Aullido.

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Zenda.

El querer volver antes a la mansión para estar junto a Zigor fue imposible.
Todo se complicó al llegar a la fuente. Las luciérnagas comenzaron a volar por encima de nosotros, la fuente poco a poco se fue escondiendo.

Nadie sabía que hacer en ese momento. Sólo mirábamos asombrados todo el panorama.

—¿Qué pasa? —Pregunté intentando acercarme a la fuente.

Pero esa fuerza del sueño me empujó hacia atrás. Yannick se acercó y tocó esa fuerza invisible.

—La rodea ceniza de serval —espetó girándose sobre su eje y mirándonos.

—Pero si se supone que es un portal hacia lo sobrenatural, ¿como va a estar rodeado de esa ceniza?

Lo miré ya estando pie. No tenia sentido, si de esa fuente salían seres sobrenaturales era tontería que estuviera rodeada, pues no podría ni entrar ni salir esas cosas.

—Será mejor volver, encontrar la manera de entrar.

Comenzamos a caminar mirando algunas veces hacia atrás.

No podía sacarme de la mente como se escondía esa fuente, como las luciérnagas comenzaron a volar encima de nosotros.

Yannick me cogió de la mano y besó mi mano.

—Al llegar a la mansión me iré con Zigor, quiero que se despeje —sonreí y asentí.

Seguimos caminando hasta llegar a la mansión. Fruncí el ceño al estar cerca de ella.

—Algo malo ha pasado, lobo—él me miró sin entender.

—¿De qué hablas? —Negué.

No sabía a ciencia cierta que era, pero un nudo en la garganta comenzaba a crecer, eché a correr hacia la mansión y subí las escaleras hasta llegar a la habitación de Zigor.

No había nadie.

Una carta.

Malas noticias.

Abrí la carta y nada más leer las lágrimas ya comenzaron a salir de mis ojos. Seguí leyendo, mis manos comenzaron a temblar.

—¿Humana?

Se acercó a mí, me llevé la mano a la boca y negué varias veces. Mis piernas se debilitaron, fue gracias a Yannick que no caí al suelo.

—¿Qué pasó?

—No Yannick, Zigor no, él no —me arrodillé en el suelo.

Eché a correr fuera de la mansión. Yannick venía detrás de mí.

Subí en su espalda y al pasar la brecha comencé a correr hacia el cementerio. Cada vez que estábamos más cerca los nervios y el miedo crecían más.

—¡Fosforito, no! —El grito que salió de mi garganta fue desgarrador.

Verlo allí tirado, junto a la tumba de Alex. Me tapé la cara con las manos. Me acerqué a él y lo abracé.

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