1. Lobo Herido.

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Corría todo lo que podía, mi aliento estaba dejando mi cuerpo, mis pulmones ardían por la falta del aire y el frío.

Miraba hacia atrás para ver si me seguía. Y si, estaba más cerca de lo que pensaba.
Su pelaje se movía con cada movimiento que hacía al correr, sus ojos grises no se separaban de mí.

Me iba a morir.
Iba a quedar ahí tirada devorada por un lobo.

Cuando pensé que al fin podría escapar de él al ver la carretera me estampé contra el suelo haciéndome bastante daño en diferentes partes de
mi cuerpo.

El lobo estaba muy cerca de mí, intentaba alejarme hacia atrás aún estando en el suelo.
Pero me di cuenta que cuando más hacia atrás me daba él se movía, así que me quedé quieta.

—No te voy a hacer daño.

«Si el daño te lo va a hacer a
ti imbécil»

Asentí con miedo dándole la razón a la voz de mi cabeza.
Y si... Nada en esa noche saldría bien, los ojos de ese lobo no dejaban de observarme, cada movimiento que hacía él lo seguía. Intentaba recuperar mi respiración, pero era
imposible.

—Mira, toma —le lancé una rama de un árbol. Él solo la siguió con la mirada y luego me volvió a mirar —no quieres una rama, bien —intenté levantarme, pero él se puso en forma de ataque.

Puse mis manos por delante de mí cuerpo y miré hacia los lados.

Quería salir de esa y no sabía como.

El lobo comenzó a caminar y mientras lo hacía me miraba.

«Quiere que lo sigas»
Ni de coña.

«Hazlo o te va a devorar»

El lobo me ladró y asentí suspirando.

Estuvimos caminando unos tres minutos, no quitaba el ojo de ese lobo con pelaje gris, no sabía donde me estaba llevando, pero seguramente no era nada bueno.

Giró a la derecha y miró hacia mí, suspiré y lo seguí. Llegamos a un punto donde se comenzaban a ver más lobos, mi cuerpo se tensó, los lobos me miraban. Mi cuerpo temblaba, llegamos donde muchos lobos estaban reunidos.

El lobo ladró y los lobos se apartaron. Abrí los ojos y la boca sorprendida. Era un lobo de tan solo unos meses, estaba herido. Mi reacción fue correr hacia él, pero todos los lobos me gruñeron y paré en seco. El lobo que me persiguió ladró y los de su manada me dejaron acercarme.

Miré hacia todos los lados en busca de algo con qué curarle. Tenía una herida no muy profunda en su costado, pero había bastante sangre.

Trabajaba de veterinaria y algo había aprendido, pero no tenía nada con que curarle y si tardaba un poco
más iba a morir.

Lo cogí y todos los lobos comenzaron a ladrarme.

—A unos minutos de aquí está la veterinaria donde trabajo, podré curarlo y salvarlo —dije esperando a que me entendieran.

Los lobos me miraron y di un paso esperando a que me dejarán seguir.

Y así fue, el lobo que me persiguió se puso a mi lado y comenzamos a caminar hasta la veterinaria. Hoy no estaría mi jefa así que me las tendría que arreglar yo sola.
Dejé al lobo encima de la mesa de operaciones, le puse anestesia.

—Hay que esperar unos minutos a que haga efecto y duerma el cacho de la herida —expliqué, aunque no sabía si me entenderían —y luego hay que coser la herida, y darle analgésicos para que no le duela.

Comencé a suturar la herida, el lobo estaba tumbado en la mesa mirando hacia una loba, supuse que sería su madre.

Terminé de suturar y le di un analgésico, para ser específica carpofreno. Era un analgésico muy bueno para el dolor en animales.

Eso le serviría para cuando ese lado de la herida despertara de la anestesia y no le doliera.

—Se debería de quedar aquí un tiempo para ver como va curando la herida —la loba comenzó a ladrar —bien, bien. Iré a verlo mañana por la tarde —miré a los lobos.

Parecía tonta hablando con animales, pero ellos parecían entenderme, cada vez que decía algo que no les gustaba me ladraban y si decía algo que les gustaba solo me miraban y daban un paso atrás como diciéndome: "hazlo".

Llevé al lobo de vuelta a donde lo encontré y me fui a casa. Esa noche no pegaría ojo. Menos mal que mañana era domingo y no tenía que ir al instituto.

Me pasé toda la noche buscando información sobre los lobos y resultaba ser que aquí en Bibury no había lobos.

En ese momento, al leer eso me pellizque mi brazo derecho para saber si estaba soñando y no, no lo estaba.

¿Pero como? ¿Como estaban esos lobos ahí si aquí en Bibury no había lobos desde hacía cincuenta años?

Algo me dijo que mirara por la ventana y allí estaba ese lobo de pelaje gris, miraba hacia mi dirección. Miré la pantalla del ordenador volviendo a leer que no había lobos desde hacía años... Pero ahí estaba, mirándome y moviendo la cola de derecha a izquierda, sacó y metió la lengua.

Comenzó a moverse hacia la puerta.

Salí de mi habitación y bajé las escaleras para luego abrir la puerta. El lobo entró y miró toda la estancia.

Se movió por todo el salón y luego me miró a mi, seguía moviendo la cola de un lado hacia otro.

—¿Quieres agua? ¿Algo para comer? —Dio un paso hacia atrás.

Bien... Tenía sed y hambre.
No sabía que darle, yo no tenía animales en casa, solo tenía muslos de pollo de la comida, así que se los tiré en el suelo y llené un plato hondo de agua y también se lo di.

Me quedé mirándolo mientras comía. Me acerqué a él esperando que me gruñera pero no lo hizo, me dejó acariciarlo.

Estuve así por unos minutos hasta que él terminó de comer y beber agua.
En ese preciso instante no sabía que hacer, no quería echarlo de casa, me daba pena, pero tampoco me fiaba de tener un lobo en mi casa.
Asique me quedé aquí sentada acariciándolo mientras el estaba tumbado mirando hacia los armarios de la cocina.

Miré el reloj del microondas y si no estaba mal la hora eran las cuatro de la madrugada. Y yo ahí, con un lobo tumbado en el suelo y yo acariciándolo.

Me levanté para beber agua y el lobo me ladró, bebí agua rápido y me senté a seguir acariciándolo.

Minutos después ya no supe de mí, el sueño me ganó y me quedé dormida.

Anclada✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora