22. Juntar Fuerzas.

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Esa misma noche la manada al completo tuvimos que sacar las armas y matar a mucho de los Anisks que se aproximaba a la mansión.

-¡Zenda cuidado! -Cuando quise reaccionar ya era tarde.

Uno de los Anisks me había lanzado lejos, me estampó contra el tronco de un árbol haciendo que soltara un gran grito por el dolor.

Escuche a Yannick gritar y mirar hacia mi dirección. Levanté la pistola y le disparé en la cabeza.
Intenté levantarme, pero el dolor de cabeza y espalda me estaba matando.

Disparé a otro Anisks que estaba al lado de Eros.

-¡Lobo, detrás! -Grité intentado levantarme.

Lo conseguí, avancé hasta Yannick y le ayudé a matar a ese bicho.

Escuchamos un grito proveniente de Eros. Nos giramos rápido.
El bicho lo tenía agarrado del cuello.
Yannick y yo levantamos las pistolas a la vez y disparamos al Anisks haciendo que Eros cayera al suelo.

-Tenemos que ir a la fuente, cerrarla -habló Yann cuando ya estaba todo tranquilo.

-¿Cómo lo haremos si se esconde? -Preguntó Samay.

Yo estaba en una esquina del salón. Miraba hacía la ventana, clavando mi mirada en el cielo.

La estrella había desaparecido y por mucho que mirara hacia el punto donde hacia unas horas estaba brillando ya no estaba, ya no había estrella.

-La sangre del cazador y el hombre lobo, hay que manchar la ceniza de serbal para que no se esconda.

Otra vez esas visiones, esa voz en mi cabeza que me decía que había que hacer. Y, aunque no supiera nada de lo que estaba viviendo en ese momento, aunque no estaba consciente realmente de todo el peligro que corría, siempre estaba esa voz que sabía exactamente porqué camino ir. Yo solo soltaba las palabras que esa voz iba diciendo dentro de mí, las repetía como un loro y hasta ahora habían sido acertadas.

-¿Así de fácil? ¿Cómo nos deshacemos de las luciérnagas?

-No lo sé -me encogí de hombros mirándolo.

-Genial -dijo Yannick sarcástico.

Bufé y comencé a subir las escaleras, iba a entrar a la mía, pero mi mirada se fue hasta la puerta de la habitación de Zigor. El corazón se me fue encomiendo poco a poco, el nudo en mi garganta comenzó a intensificarse de sobremanera. Mi mano involuntariamente fue hasta mi boca para ahogar un sollozo.

Corrí hasta mi habitación y me encerré, respiré profundamente, pero rompí a llorar al ver su chaqueta encima de la silla.

-Los humanos sois raros -reí ante su comentario.

-¿Por qué lo dices? -Fruncí el ceño.

-Mírate, tienes la nariz roja y los labios morados del frío.

-Zigor estamos a menos veinte grados -él me miró y negó riendo.

-Toma, ponte esto -me entregó su chaqueta.

-¿Tú no tienes frío? -El negó.

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