31. Decisión Difícil.

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—La trampa estará puesta justo en la brecha —comenzó hablando Yannick.

—Deberíamos poner más de una —prepuso mi hermano.

—Estoy de acuerdo con Roberto —le dio la razón Samay.

—Podríamos poner una en la brecha —señalé el mapa que había hecho mi hermano en la mesa del salón de la mansión —otra por este lado del bosque, y otra justo donde la fuente —los miré.

—Creo que también deberíamos poner una justo frente la mansión —miré a Zigor.

—Cantaría mucho si la ponemos justo aquí.

—Mas canta poniéndola donde la fuente carbón, allí sólo está la fuente.

—Puedo hacer un hechizo de invisibilidad para que no las pueda localizar —se cruzó de brazos Roberto.

—Hay un problema —giramos todos para mirar a Eros —ya está aquí, lo acabo de ver.

—Bien, todos en sus puestos —miré a Yannick y este también me estaba mirando.

Todos salieron de la mansión, cuando lo iba a hacer yo me cogió de la muñeca y me pegó a su cuerpo.

—Perdóname.

Por mucho que en su voz y en sus ojos se pudiera apreciar el arrepentimiento me negué a perdonarlo.

—Humana, necesito que me perdones, te necesito a mi lado, tan solo hace unas horas que te fuiste y siento que me pierdo sin ti —las lágrimas comenzaron a bajar de sus ojos.

Intentaba que las mías no salieran de mis ojos, pero en ese momento nada me hacía ser fuerte y no podía retenerlas.

—¿Por-por qué desconfiaste de mí? —Lo miré a los ojos con un nudo en la garganta.

—No lo sé humana, desde que salimos de aquel pueblo me siento raro —lo miré ceñuda.

—No es excusa. Esas palabras que soltaste por tu boca fueron asquerosas.

—Lo sé y no sabes cuanto me arrepiento —se limpió las lágrimas —las repito una y otra vez en mi cabeza y lo único que quiero es cortarme la lengua, estampar la cabeza contra una pared para dejar de pensarlas.

—Debemos irnos Yannick, tenemos que acabar con esto.

—Humana, sabes lo peligroso que es esto, yo...

—No digas nada de lo que pienso que vas a decir —él sonrió —nadie va a morir.

Me di la vuelta y salí de la mansión, justo frente de la mansión estaba la manada esperándonos. Seguramente habían escuchado la conversación que habíamos tenido, pues las miradas que ponían lo daban a entender.

—Las trampas.

Todos asintieron y comenzaron a caminar de un lado para otro. Me giré y vi a Yannick mirándome con pena. Bufé y seguí a Zigor quien llevaba una trampa en la mano.

Era una trampa de esas que se abrían y si las pisabas se cerrarán encajando los dientes en tu tobillo.

—¿Me acompañas? —Asentí sonriendo.

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