1: MI LIFE

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Abro los ojos y al ver mi habitación lo único que deseo es desaparecer. El nivel de desorden es tan grande que dan ganas de agarrar una soga y ahorcarse

Tampoco hay que exagerar

Frente a mi cama están las puertas del closet abiertas y la ropa sobresale de cada gabetero, es una locura. En vez de un closet pareciera una fuente

¿Han visto una fuente de ropa?

Pues bien, en mi habitación hay una.

En el suelo, en la esquina de la habitación, como si fuese una casa de campaña, hay otra montaña de ropa sucia de al menos 1 metro de altura

Dios, que desorden tan grande

Así ha sido, cada día desde que mi madre se fue, y desde entonces, los regaños gratuitos que me propinaba sin mi autorización. Con 18 años ya en mis costillas, me reprendía y regañaba abiertamente como si fuese una pequeña mocosa.

Bostecé tratando de sacar el sueño de mi cuerpo y aparté la espalda de la cama quedando sentada sobre la misma. Miré toda la habitación con cansancio y lentitud, ya estoy harta de lo mismo.

Las paredes que se descascaran a diario

La mancha negra que hay en una esquina del techo a causa de la fuga del vecino de arriba

Las cortinas con huecos por todos lados y repletas de polvo

Los tres adornos que hay desde hace más de una década

Es todo tan monótono

Aún con la ausencia de mi madre sigo harta de esta vida, de todos los días lo mismo. Achh

Con pereza me amotino de la cama y voy hasta el servicio, de una patada abro la puerta y tras bajar mis pantalones de algodón me siento en el váter para hacer mis necesidades. Suspiro al sentirme aliviada de vaciar mi vejiga, y salgo del baño luego de asearme y cepillar mis dientes

—Aquí vamos una vez más —digo con cansancio mientras me coloco unos pantalones negros y una camiseta blanca que no tiene ni dibujos ni nada, parece más de tipo que de chica. Pero.. ni modo, así se queda. Sin siquiera verme al espejo arreglo mi cabello rizado como creo que se verá apropiado, y tras buscar una manzana en el refri, y no encontrar nada, salgo de casa sin nada en la panza.

Bajo brincando de dos en dos los escalones pese a que el elevador está de reparación hace casi dos meses, o cuatro, ya ni siquiera sé. Lo que debería saber es que al no tener nada en el estómago debería estar ahorrando energía y no despilfarrarla así porque si

Dios, si parece que estoy hablando de dinero en vez de comida

—Buenos días Paola —saluda muy animadamente el conserje, es un hombre de aparentemente 40 años, pese a tener a penas 26, y no, no exagero, aparenta perfectamente 40 e incluso más. A pesar de eso, es una persona muy especial y animada, siempre de buen humor y tratando a todos con alegría. Aunque en eso consiste su trabajo. Uno que debería abandonar, pues para la miseria que cobra, y lo mal que le tratan los huéspedes del edificio, creo que no vale la pena. Pero al parecer el piensa de manera diferente

—Buenos días... —trato de recordar su nombre, pero nada. Siempre me sucede lo mismo aun no entiendo el porqué; a pesar de que me lo repite prácticamente todas las mañanas —¿Cómo estás? —es lo que se me ocurre tras alargar tanto la palabra días que podría extinguirse. El sonríe y niega con la cabeza seguramente dándose cuenta de mi despiste, es que su nombre es tan complicado

—Muy bien, gracias —responde igual de divertido. Lo más gracioso de él, es que todo le hace gracia. No sé si lo captan —¿Y tu? —me pregunta y yo hago una mueca de desagrado, no por la pregunta, sino por la que tendría que ser mi respuesta, estoy pésima, como de costumbre

Paola © [+18] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora