🌌Capítulo 16🌌

149 15 2
                                    

Park Jimin conducía un coche que iba echando humo y con una transmisión a punto de estropearse. La radio aún funcionaba, gracias a Dios, y en esos momentos sonaba una canción de Madonna. Lo ayudaba a mantener el ánimo.

Todo lo que poseía iba en el Pontiac Grandville, que tenía más años que él y mucho más temperamento. Aunque no poseía gran cosa. Había vendido todo lo que podía venderse. ¿Qué sentido tenía ponerse sentimental? Y con dinero se pueden recorrer muchos más kilómetros que con sentimientos.

No era ningún muerto de hambre. Lo que había guardado en el banco lo ayudaría a superar los malos momentos, y si había más malos momentos de los que esperaba, conseguiría más. Tampoco erraba sin rumbo. Sabía perfectamente adónde iba. Lo que no sabía era lo que pasaría cuando llegara.

Pero eso no importaba. Si uno supiera todo, nunca se sorprendería.

Quizá se sentía algo cansado, y quizá había forzado aquel coche viejo y achacoso más de lo aconsejable. Pero unos kilómetros más y podrían descansar.

Confiaba en que no lo echasen. Pero si pasaba..., bueno, haría lo que tenía que hacer.

Le gustaba la zona, sobre todo después de haber dejado atrás la maraña de autopistas que rodeaban Answer. Al norte de la ciudad, la tierra se ondulaba un poco, y había visto retazos del río y los escarpados precipicios que descendían hasta el agua. Las casas eran bonitas. Primero el abanico de zonas residenciales que se extendían desde los límites de la ciudad y ahora aquellas mansiones, más grandes y opulentas. Había abundancia de árboles grandes y viejos y, a pesar de la presencia de algunos muros de piedra o ladrillo, la sensación era acogedora.

Y a él no le iría mal que lo acogieran.

Cuando vio la señal que indicaba que se acercaba al Jardín, aminoró. Tenía miedo de parar. De que el viejo coche diera una sacudida y se calara. Pero aminoró lo suficiente para echar un vistazo a los edificios principales y el espacio iluminado por las luces de seguridad.

Luego siguió conduciendo y respiró hondo varias veces. Ya casi estaba. Ya había ensayado lo que quería decir, pero no dejaba de cambiar de opinión. Cada nuevo enfoque le permitía representarse una docena de escenas diferentes en su cabeza. Lo había ayudado a pasar el tiempo, pero no había llegado a ninguna conclusión.

Quizá algunos dirían que en parte el problema era que siempre estaba cambiando de idea. Pero él no lo veía así. Si uno nunca cambia de idea, ¿para qué le sirve la cabeza? En su opinión, ya había demasiada gente que decía una cosa y de ahí no se movía. ¿No era eso una forma estúpida de desaprovechar el cerebro que Dios nos había dado?

Cuando ya llegaba al camino de acceso, el coche empezó a sacudirse y dar tirones.

-Oh, vamos, solo un poco más. Tendría que haber puesto gasolina.

Y se paró, medio dentro medio fuera, entre los pilares de ladrillo.

Jimin dio una palmada al volante, pero con poca convicción. Después de todo, la culpa era suya. Y quizá aquello no fuera tan malo. Sería más difícil que lo echaran si su coche estaba bloqueando la entrada, sin gasolina.

Abrió su mochila y sacó un cepillo para arreglarse el pelo. Después de experimentar bastante, había acabado por quedarse con un anaranjado. Al menos de momento. Le daba un aire desenvuelto y alegre. Seguro.

Se aplicó bálsamo de labios y se dio unas palmadas en las mejillas.

-Muy bien. Vamos allá.

Se apeó del vehículo, se echó la mochila al hombro y echó a andar por el largo camino. Hacía falta dinero —nuevo o viejo— para construir una casa tan lejos de la carretera. La casa donde él se había criado estaba tan cerca que con solo estirar el brazo la gente que pasaba en coche prácticamente habría podido estrecharle la mano.

Dalia Azul¹Donde viven las historias. Descúbrelo ahora