Capítulo 17: Lluvia

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Lisa

Nuevamente no podía dormir. Ese cuarto tan pequeño, sin ninguna ventana o algo que lo hiciera mínimamente acogedor, me asfixiaba, por lo que bajé del camarote con cuidado de no hacer ruido y despertar a Elsa, y salí de la habitación para ir a la cubierta.

Hacía mucho frío, más que otros días, ¿y como no? Si estábamos en el extremo sur del planeta. Al menos era verano, por lo que la temperatura no era tan extrema. Según mi celular, hacían cuatro grados.

Me puse a caminar por la cubierta, viendo el horizonte o lo que podía ver en la oscuridad, cuando una voz llamó mi atención.

—¿Tripulación?

Dios mío. Por primera vez tenía frente a mí al capitán sin contar la vez que nos habían presentado, aunque podía apostar que él ni siquiera se había fijado en mi cara o nombre.

Por lo que me habían comentado otros integrantes de la tripulación, el capitán Davies era un hombre amable, bastante terco y a veces, algo distraído, por lo que no se aprendía muchos rostros y nombres.

Yo asentí ante su pregunta.

—Soy chef, especializada en pastelería.

El capitán tenía un café en su mano, junto con una caja que suponía que tenía algo de comer.

—¿Y qué haces aquí afuera? Hace mucho frío, te puedes enfermar —dijo con preocupación.

—No puedo dormir y quería ver el exterior —expliqué—. Las habitaciones no tienen ventanas.

La habitación del capitán era mucho mejor que la de los demás, por lo que no tenía claro si recordaba que los otros cuartos no tenían una ventana.

—Ah, claro. Aún recuerdo lo malo que era dormir en esas habitaciones —dijo, con la vista perdida—. Ven, acompáñame... ¿Cuál es tu nombre?

—Lisa.

—Bien, sígueme, Lisa.

El capitán comenzó a caminar hacia lo que sabía que era el puente de mando, ¿me dejaría entrar?

Efectivamente, me había hecho pasar al puente de mando y sentí que había conocido un mundo nuevo.

—Aquí hace menos frío, pero la vista es muy relajante —comentó.

Me puse frente al timón, sin tocarlo, para mirar por la ventana de enfrente, donde se veía la proa del barco y las olas en el mar separándose ante ella.

—Se ve increíble —dije.

El capitán soltó una pequeña risa y se puso a mi lado.

—Mi hijo es el único que no aprecia la maravilla que es esto —me dijo.

—¿Y que hace su hijo?

—Es un artista —dijo, con lo que pude notar que fue un tono de desagrado—. Cuando niño disfrutaba de remar en un bote o entrar a exposiciones de barcos, pero entró a la pubertad y comenzó a odiar todo lo que tenía que ver con barcos y el mar.

—¿Eso por qué?

—La vida de un marino es complicada. Mucho tiempo fuera de casa y la familia...

—Él debió extrañarlo —imaginé—. Mi padre es piloto, por lo que tampoco lo veía mucho. Todas las navidades pedía que no tuviera que volar, pero nunca se hizo realidad.

El capitán me miró con algo de lástima y yo me sentí avergonzada.

—No debí decir eso... no es su problema.

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