Capítulo 15: Borrachera

747 60 2
                                    

Lisa

Los dos días en Brasil habían sido maravillosos y en ese momento estábamos en dirección a Buenos Aires en Argentina para luego pasar a Montevideo en Uruguay y de ahí ir a otra ciudad portuaria de Argentina.

Me daba algo de tristeza no poder conocer Argentina, ni Uruguay, por lo que había oído eran lugares muy bonitos, pero esperaba algún día poder visitarlos por más tiempo.

—Mis padres tienen un departamento en Punta del Este —comentó Amanda, cuando íbamos en dirección al trabajo.

—¿Qué es eso? —preguntó Elsa.

—Es una ciudad de Uruguay. Imagino que se llama así porque es puntiaguda, ya que, es una península.

—¿Una punta que está en el Este?

—Claro.

—Que original —dijo Elsa con ironía.

—¿Y por qué Montevideo se llama así? ¿A caso es un monte de videos? —pregunté yo.

Ambas me miraron extrañadas.

—No seas tontita, Lisa —me dijo Amanda.

Yo la miré ofendida.

—Era broma —me defendí.

Nuevamente pasamos un arduo día de trabajo, pero ya estaba acostumbrándome. El trabajo en el crucero no era tan distinto de lo que era en el restaurante los días que se llenaba y las ordenes no dejaban de llegar durante horas.

Estaba acostumbrada a trabajar bajo presión, por lo que no me había sido tan difícil acomodarme como a otros compañeros.

En la noche, cuando terminamos, Elsa y yo fuimos casi de inmediato a nuestra habitación, pero a diferencia de ella, no pude quedarme dormida.

A las dos, me levanté de la cama, rendida, y fui hacia la cubierta para tomar aire fresco.

Mientras caminaba por la cubierta, esperando no toparme con nadie ahí, pues hacía bastante frío y la mayoría se mantenía en el casino o en sus cuartos a esa hora, noté que había alguien conocido apoyado en la baranda del barco.

Me di la media vuelta, pero su voz me detuvo.

—Ya te vi —me informó, aun cuando estaba a varios metros.

Me giré a verlo y lo miré fastidiada. El único loco que salía la desolada cubierta con ese frio a esa hora, además de mí, tenía que ser él.

—Pudiste habernos hecho un favor a ambos y haberte quedado callado —le dije, acercándome.

—Tú eres la que no me ignoró y, en cambio, se me acerca.

Rodé los ojos y me ubiqué a su lado, a unos centímetros de distancia, sin decir nada.

—¿No puedes dormir?

—No, pero debería. Mañana amaneceré muerta de sueño y no puedo dormirme en el trabajo o arruinaré todo —expliqué.

—¿Y por qué no puedes dormir?

Me encogí de hombros.

—Es una mezcla de cosas creo —dije, dudosa—. A veces extraño mi cama y el movimiento de la marea allá abajo se siente un tanto brusco.

—Entiendo, yo no amo estar acá en un cuarto de lujo, me imagino que estar en los de la tripulación debe ser horrible —supuso.

—Un poco. Al menos no estoy con un extraño o hubiera sido más incómodo aún.

El silencio volvió a instalarse por un efímero momento, hasta que yo decidí hablar:

—¿Y por qué tu no duermes?

¡Vamos a un Crucero!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora