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"Cuando dejemos de aparentar lo que no es y a aceptar lo que ya fue diseñado para nosotros, encontraremos ese ansiado paraíso."

-Esto es basura.

Y sin una segunda revisión el Editor en Jefe rechazó el artículo en el que Mani, como él se autodenominaba, había trabajado la noche entera.

Entonces Mani se acercó peligrosamente al Editor en Jefe, José Martínez según decía su apantallante portaplumas, dio un profundo respiro y con esos ojos vivaces enfatizó sin decir una palabra el respeto que conlleva. Tomó su artículo mojado por el sudor de las manos del jefe. Dio las buenas tardes y salió por la puerta para pasar por el largo pasillo de periodistas y fotógrafos con una amplia sonrisa dibujada en sus labios. Se rumora que cuando salió, un fotógrafo le tomó una foto y en la revelación no se encontró rastro alguno de Mani, pero sólo son rumores.

Mani era un tipo misterioso, nadie sabía demasiado sobre él. Vestía con colores obscuros, y con un saco que se dice "nunca se quitaba de encima" color vino muy elegante, siempre sonreía además parecía ser muy educado. Físicamente Mani no era desagradable a la vista, de hecho se acercaba peligrosamente al termino "guapo". Ojos grandes y negros llenos de cosas que el mundo no podía entender y de la misma forma los derretía; nariz normal más cercana al adjetivo "chata "que al "respingada"; pelo negro y corto; sonrisa falsa. La única manera de comunicarse con él era leyendo sus admirables artículos que nadie parecía apreciar. Se decía que Mani era un demente, pero nunca pudieron estar más equivocados.

Mani regresó a su casa ubicada en el centro de la ciudad. Era un departamento arriba de una cafetería, el mejor entorno para un escritor como él. Pidió un café y vio a un mendigo, al que le arrojó una moneda para después subir rápidamente por las escaleras para empezar a trabajar en su próximo proyecto.

Diario de una ilusiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora