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Mani llegó a su habitación en la mañana, después de ir por su helado y encontrarse con Mich, la mujer del periódico. Aventó sus llaves al piso donde siempre ponía sus pertenencias personales: saco, llaves, dinero.

Se recostó en el sillón y miró a la ventana para darse cuenta que estos ojos soñadores no le permitirían ver el Sol por más de 3 segundos.

Inspiró profundamente y prendió la radio, que compró durante la semana. Su ritmo cardíaco se volvió a elevar mientras escuchaba a Switchfoot. La irresistible sensación que le daba recordar a Mich y escuchar algo que le hiciera caer en cuenta que fue en cierto modo real le producía escalofríos.

Esa onda de electricidad que le producía el recuerdo de Mich le hizo subir al techo a tomar aire y tratar de controlarse. Se sentó a la orilla del inmenso edificio. Se asomó a la inmensa profundidad que tenía bajo sus pies, aspiró felizmente y mientras miraba el amanecer entre los altos edificios y las grandes montañas del fondo supo porque los soñadores prefieren estar aquí que en su realidad.

Se quedó unas horas más en aquel techo. Se acostó, se sentó, bailó, cantó y después de un rato bajo al pueblo.

Fue a buscar a su amigo Pelayo. Tenía algo irreal que platicarle.

Diario de una ilusiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora