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Mani salió a caminar en las calles solitarias de la ciudad a altas horas de la noche. Mientras pensaba en los pasos que tenía que dar para avanzar hasta la esquina de esa angosta calle vio tirado a un hombre a unos 10 metros de él aproximadamente. No esperaba encontrarse con nadie.

Se acercó al hombre corriendo temiendo que pudiera estar muerto, pero justo cuando se agachó para verlo mejor el hombre abrió los ojos lentamente y empezó a decir unas palabras incomprensibles para Mani. Mani lo observó de pies a cabeza mientras que al ritmo de las palabras musicales el hombre empezaba a bailar con hojas en las manos. Era un hombre bastante alto con rasgos fuertes y muy marcados. Ojos que le causaban un cierto tipo de miedo. Vestido con largas pieles cafés y varias plumas en su cabeza en forma de sombrero. Era Oy Alep.

Al tiempo con la obvia confusión por parte de Mani, Oy dibujó alrededor del aura de Mani nubes de humo que exhalaban las hierbas que llevaba en las manos. Cayó desmayado.

Después de algunos días de inconsciencia Mani despertó en un jardín de algún templo debido a las fuertes oraciones religiosas que al parecer se estaban llevando a cabo adentro. Se levantó sin preguntarse cómo había llegado hasta ahí. Caminó hasta una ventana del templo y observó a los monjes. Entonces decidió entrar. La paz que se sentía al entrar combinado con la frescura natural del lugar debido a los altos techo fue acompañada por el aleteo de las palomas en la cima del techo. Los monjes no callaron su canto.

La luz del Sol entraba por los vitrales adornados por figuras paganas a lo alto de las paredes del templo e iluminaban a los altos monjes vestidos de amarillo con rojo. Todo era blanco y tranquilo, lleno de luz. Fue así como Mani recordó que ya conocía ese lugar. Había pasado la mitad de su vida viviendo y guardando secretos que en la otra mitad de su vida fueron bloqueados lentamente... Ese recuerdo correspondía la primera mitad. Constaba de su infancia que pasó en soledad ya que su madre había muerto después de dar a luz y la hermana que lo había cuidado murió a sus 5 años. Ese templo era al que iban todos los días a que su hermana orara y a que él jugara en el jardín. Era un templo de monjes tibetanos.

La paz respirada en ese templo era indescriptible, increíble y relativamente imposible en los sueños. Las oraciones que los monjes budistas tibetanos llevaban a cabo eran llamados mantras. Mani lo sabía porque durante toda su niñez, su hermana de tan solo 10 años se había refugiado en esos rezos y lo incitaba a orar con ella. Cerrando los ojos mientras el viento entraba por la enorme puerta del templo, recordó sus momentos bloqueados (como cuando vas a morir y se dice que ves tu vida como una película).

Desbloqueados ya los recuerdos Mani regresó al mundo y abrió los ojos muy lentamente, y en seguida se dispuso a salir del templo. Antes de llegar a la puerta de la salida dio un último vistazo al interior y tomó un poco de agua bendita de la fuente grande al centro de la construcción y salió del templo.

Diario de una ilusiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora