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Mani entró a la editorial y fue recibido por un mayordomo negro vestido de verde: alto, corrijo sumamente alto, un poco raro, ojos saltones y color aceituna, sonrisa sincera. Bastante elegante. Se le asignó un cuarto y se fue a dormir sin que nadie más se encontrara con él.

Su cuarto era irónicamente ideal. Muchas ventanas, muy espaciosas y para rematar el excelente gusto con el que, según Mani, estaba decorada la habitación, las ventanas daban a un hermoso jardín localizado al centro de la editorial lleno de margaritas, un escritorio con una máquina de escribir en la esquina con vista a la ventana decoraba una pequeña parte del enorme cuarto, una máquina de café en otra esquina, paredes pintadas de marfil, una de un color rojo vivaz, candelabros rústicos, muchos espejos con marcos extraños, justo como le gustan a Mani y un sillón en vez de cama, color vino como el saco de Mani. En resumen, perfecto.

Y sin una palabra más, Mani se dispuso a dormir. Nunca durmió tan profundamente como esa noche. Y nunca tuvo una realidad tan agitada como esa noche. Con esto recordó porqué había decidido vivir en sueños. En la realidad, todos estamos solos en nuestro propio paraíso, y al final la soledad te vuelve loco.

Diario de una ilusiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora