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Desde ese momento Mani supo que debía enfocarse en su objetivo de vida. Trascender. Encontrar su propósito de vida. Ser todo lo que todos temen ser. Cada día se alejaba y acercaba al mismo tiempo. El conocer a Mich lo había hecho desvariar, y eso era lo que le encantaba pero al mismo tiempo le volvía loco.

Un buen susto.

No podía ser tan "bueno" todo el tiempo.

Caminó por su habitación con pasos lentos como tamborazos africanos. Se sentó en el filo de su ventana a ver a la gente que pasaba. No entendía porque razón loca y extraña quería tanto a los soñadores. Tal vez sería el valor con el que todos los días decidían seguir viviendo una mentira. Las ganas y la inocencia fingida.

Tal vez era la luz en sus ojos. Él sabía que nadie en la realidad podía tener ese brillo. Tal vez los verdaderos valientes estaban aquí, en los sueños. Ellos no estaban solos. Todos y cada uno de ellos tendrían por lo menos una historia en un rincón de sus mentes, nutriéndoles de energía para seguir. Aquí, aunque no exista el equilibrio perfecto existe un amor alocado. No como en la realidad que es un amor infinito y perfecto. Aquí es perfectamente irracional.

Si no qué sentido se le podría encontrar el amar y sufrir por una persona, por un ser, por una idea, si en la realidad no necesitamos de eso. Es realmente una locura.

Bajó por la ventana sin rumbo fijo, con la sonrisa bien intencionada. De esas que sólo se le podían dibujar en los labios en contadas ocasiones. La risa le hacía consquillas y peleaba por salir. Había descubierto un camino para él mismo. Había encontrado algo más grande que el mismo, más grande que la realidad por sí sola. Había encontrado la fé.

Y eso le hacía sentir irracional, y tan feliz que quería cantar. Pero no lo hizo, porque si lo hiciera no sería el Mani que yo conozco. O al menos eso fue lo que me contó.

Pasadas las horas encontró en el zócalo a un grupo de bailarines. De esos que llevan tambores, ropas coloridas, música extraña que se mete por tus huesos y no te deja en paz. Se movían como todo y al mismo tiempo como nada. Era como si la música entrara y se manifestara a través de ellos. En cada uno de maneras diferente.

Le dio un sorbo a su café y se sentó en el pavimento. Traía un globo rojo enredado en el dedo, que había comprado porque tenía la seguridad de que encontraría a Mich. En el suelo a su lado tenía tiradas unas flores de tonos anaranjados que también había comprado para Mich.

Fingió que miraba su inexistente reloj y miró de nuevo a los bailarines.

Se puso de pie. Yo creo que ni el mismo sabía lo que hacía. Era una víctima más de otros tantos que habían sido poseídos por la misma magia de la unidad y la música.

Saltaba en el centro del círculo con músicos. Saltaba y bailaba y volvía a saltar. Movía las muñecas y las caderas al son. Pisaba con fuerza la tierra y luego la raspaba con tanto vuelo que parecía que tenía alas en los brazos.

Mich no llegó al zócalo.

Mani llevaba una nueva sonrisa en el rostro, un poco de sonrojo en los cachetes y el cabello lleno de agua por la lluvia. Entró en su cuarto de escritor promedio y dejó sus cosas (las flores y el globo) en el piso en la esquina de siempre. Se dejó caer al piso y rió.

Una Catarina sobrevolaba entre las cortinas. Rió un poco más.

Entonces si existes. Se dijo a sí mismo y al Dios en que había empezado a creer hace apenas unos días. Gracias, le dijo al final, con una sonrisa.

Mich entró silenciosamente horas después por la ventana del escritor del periódico de los morbosos ociosos. Pasó lentamente sus piernas largas forradas por unos jeans pegados a su piel que le había regalado su mamá en un intento desesperado porque fuera "más normal" o "menos diferente", ya no recordaba. Se enredó en la cortina y la Catarina pasó a través de la ventana en el momento en el que quedó despejada.

Mich sonrió para sí y se recostó a lado del hombre en saco elegante, y se durmió.

Hay dos cosas que Mani nunca había hecho. Una, comer cocodrilo; y la otra compartir su realidad. Ni siquiera sabía si eso era posible.

Mani estaba en las puntas de los pinos moviéndose lento con el viento, meciéndose de lado a lado, un café entre sus largos dedos; cuando vio llegar a Mich. Venía en forma de olas, era un río que subía y subía por el árbol en dónde él se había trepado con sus alas imaginadas.

- ¿Mich?

Le dijo cuando el agua la transformó en persona, cayéndose a chorros de su cuerpo. Las gotas cristalinas dibujaban su largo cabello y aunque no dibujaran sus ojos, Mani sabía que lo estaba viendo fijamente. No sabía si asustada o divertida.

No contestó, sólo le miró por lo que parecieron horas. Después saltó del árbol y echó correr por el bosque cambiando a viento y luego a mujer, sucesivamente.

Mani despertó de sopetón y contempló a la mujer recostada su lado. Abrió los ojos y lo observó muy asustada.

- He soñado contigo.

- Yo también.

Diario de una ilusiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora