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Mani y yo nos conocimos en una cafetería. Él se limitaba a tomar un simple café, y yo dolido por la vida sin sentido que llevaba, sentí curiosidad. Me senté con él sin preguntar si podía. Él se limitó a sonreír.

En ese momento no pensé si era raro o si yo me estaba comportando como un deprimido necesitado de un psicólogo. Sólo le devolví la sonrisa. Desde ese momento nos hicimos grandes amigos. La verdad es que él casi no hablaba, pero sé que disfrutaba la compañía, parecía un hombre tan solitario. Nos encontrábamos todos los días en el café, sin ponernos de acuerdo. Y yo me desahogaba como si él fuera mi psicólogo. Nunca me dio un consejo, sólo me escuchaba y sonreía.

Hasta que una tarde cuando acabe de parlotear mi última tragedia acontecida, él habló. Me platicó de sus teorías y de cómo llevaba su vida. Me dijo que él desaparecía durante las noches, que su espíritu se iba a la realidad, pero que regresaba para enseñar a los demás que vivían en una ilusión. Yo no contesté simplemente sonreí por cortesía y me fui.

Una vez más me deprimí, mi mejor amigo estaba demente. Así que después de una larga meditación y habiendo hecho un descarte de manicomios pensé que lo mejor para él sería la Editorial Fernando. Ahí están locos, ¡y a parte escriben!

Diario de una ilusiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora