La inspiración es como el café. No se puede tomar a la ligera, se toca con la lengua cada grano despedazado por el agua y tostado por el fuego, se siente el sabor amargo en la boca pero se saborea dentro del corazón. Húmedo, café, obscuro, delirante. Por eso Hermenegilda no tomaba café a la ligera, tenía que agendarlo. En su libreta color verde tenía que escribir "Martes 27 de agosto, cita para tomar café con Hermenegilda Hojasverdes en el Café de la Esquina. 5 de la tarde."
El café de la esquina era su favorito de todos las cafeterías esquinadas, al igual que las tardes nubladas eran las elegidas para tomar la deliciosa bebida. Veía el canal meteorológico con anticipación a sus citas con el té verde, el té negro y el té rojo; pero la del café tenía que ser la más esperada y la mejor tarde. Durante las mañanas mientras se metía en unos jeans oliváceos y se envolvía en su suéter tejido color bandera prendía la tele mientras pasaba corriendo de un lado a otro sin perderse de los meteorólogos.
En las tardes después de tomar el café, el té, la infusión, o la malteada corría hasta su casa aunque no tuviera prisa y bajaba las escaleras hasta la casa que se encontraba debajo del concreto. Dentro había un jardín tipo mediterráneo lleno de hojas y de arboles que eran verdes como el Sol, aunque apenas llegaban unos rayitos; entonces sacaba las llaves de su collar y las metía a toda prisa en la puerta de madera enmohecida por la humedad subterránea; entraba a su casa, era una casa pequeña, con ventanas más grandes que las paredes, una sola cama grande y con sábanas blancas, plantas dentro de macetas en todas las esquinas y un bule pintado por su hija hace tantos años que ya no recordaba donde estaba plantada la fuente de energía de la casa entera y de la energía de Hermenegilda: Remedios, el trébol de cuatro hojas.
La tarde en la que Mich encontró a Hermenegilda fue una tarde de café. Esa tarde estaba chispeando, contra los pronósticos de los meteorólogos, pero Hermenegilda no se impacientó por la lluvia escupida, ni por los chinos que se le hicieron más chinos como si le hubiera explotado una bomba en la cabeza, ni siquiera por las gotitas que se le escurrían por la ropa y le daban escalofríos hasta el alma. Hermenegilda no se impacientó como lo hacía otras veces por otras coincidencias extrañas porque esa tarde la lluvia escupida le recordó a su hija.
Su hija, la que le había regalado a Remedios hace más de 10 veranos y 10 temporadas de lluvia. Pero esos no eran pensamientos que la Señora HojasVerdes quisiera escuchar en una tarde tan especial como esa. Esa tarde había elegido "100 años de Soledad" para acompañar su café. De entre todos los libros que tenía en su biblioteca (la cual se encontraba sobre el jardín mediterráneo y la pequeña casa enmohecida pero siempre limpia como un reflejo en el agua) había elegido el que más le recordaba a la lluvia.
Esa tarde pintaba como cualquier otra tarde, en la que La Señora Hermes (como le decía de cariño su mamá) dejará su café sin terminar y ya frío sobre la mesa y se llevará su libro entre la marea de cosméticos dentro de su bolsa. Sólo que no lo fue. Hasta los meteorólogos inciertos hubieran podido adivinar que esa tarde pintaba para diferente, desde el cielo hecho a pinceladitas pequeñas y pacientes, hasta la noche anterior en la que más que cielo sin Sol parecía una ventana hacia otro mundo hecha por Rothko directo al suicidio. Esa tarde estaba diseñada por el "Movedor que no se mueve" de Aristóteles que la observaba desde dondequiera que estuviera desde hace tantos años, la tarde estaba hecha para que recordará lo que tanto tiempo intentó enterrar en su jardín y había florecido en Remedios: La Señorita HojasVerdes (hija de Hermenegilda y algún demonio con cara de ángel).
La Señorita HojasVerdes que nunca quiso llevar el apellido de su padre porque siempre supo, aunque su madre nunca dijo nada, que los demonios como su padre no tenían apellido y menos nombre. La Señorita HojasVerdes que era dos personas al mismo tiempo, dos mujeres. Una de las personalidades que ocupaban el cuerpo de la Señorita era una chispa, llena de energía, de luz, tanta sonrisa que hacía enojar a la gente a su alrededor; mientras que la otra ocupante del cuerpo antes mencionado era callada y sigilosa, pero con un corazón gigante y rebelde que nunca supo dominar al de su madre. A los 19 años, 3 meses y unos cuantos días la Srita escapó de su madre y sus tristezas y su amor desenfrenado buscando un sueño imposible, el de volar al Sol.
Lo único que había quedado de la Srita había sido Remedios. Se la había regalado a su mamá el día que decidió partir junto con una carta amarillenta que fue consumida por las llamas unos segundos después de la rápida mirada y leída de la Señora Hermenegilda.
Mamá:
Sé que piensas que esto nunca pudo haber sido posible y que lo único que hago era romper corazones ajenos. Pero, hubo alguna vez un día en el que si me enamoré. Hubo alguna vez, fue un día. Hubo esa vez un trébol acompañándome mientras él me sonreía, un trébol en una botella de PET, dentro, enterrada por la tierra de algún lugar que olvidé. Cuando alcance el Sol te voy a prometer cantarte tu canción.
Te quiero verde, te quiero fresca, te quiero libre.
Lo único que pudo pensar en ese momento para reprimir una sonrisa y acallar un llanto que se le hacía nudos en la garganta fue "Es el colmo, que de madre lectora hubiera nacido una hija disléxica." Al siguiente día encontraron el cuerpo de la Señorita tirado debajo de un árbol tan alto como los que sueña Mani y tan verde como era el alma de Hermenegilda. Había muerto intentando saltar para alcanzar el Sol.
Quiso reprimir una lágrima esa tarde en el café esquinado, como siempre lo había hecho durante 10 años, pero una se le escapó y se revolvió con su café.
En ese momento entró Michelle y al ver que no había mucho lugar en toda la cafetería y reconocer en los ojos de una mujer sentada en la terraza la tristeza reprimida por 10 años se acercó y se sentó con un vaso de agua entre sus manos. La mujer apenas y volteó a verla mientras se limpiaba la lágrima con su suéter siempre más largo que sus brazos.
- Realmente no quiero preguntarle si se encuentra bien.. creo que la respuesta es bastante obvia.
Hermenegilda levantó la mirada para encontrarse unos ojos idénticos a los de su hija Liech HojasVerdes, idénticos a los de su padre el demonio sin identidad.
- Si no quiere responder está bien...
La voz la hizo salir del hechizo interno que habían desatado los ojos de la muchacha. Podrían ser los ojos de su padre, pero era la sonrisa de ella la que iluminaba la mirada de la joven.
- A veces la vida te pega duro, cielo... Alguna vez tuve una hija con ojos como los tuyos, y es su recuerdo el que no me deja vivir tranquila.
- Yo también tengo recuerdos que no me dejan tranquila.
- Ah. Estás enamorada.
- Quizá demasiado.
- No. Nunca es demasiado. Ve por él.
- No puedo. De verdad es demasiado.
- Hagamos un trato, señorita bonita, si tú vas por él yo voy por mi hija.
Las dos cerraron el trato con un trago largo hasta terminarse el café y el vaso con agua.
- Sólo una cosa más.
- ¿Cuál es, cielo?
- Si pudieras hacerlo todo de nuevo, con tu hija y eso, ¿cambiaría algo?
Hermenegilda le dio una sonrisa rota.
- La respuesta correcta sería no. Pero mi respuesta es que sí.
Como dos cómplices felices y viejas conocidas se miraron con la misma mirada, Mich se levantó de la silla que apenas empezaba a calentarse bajo su calor y se fue tarareando y masticando unas palabras que nunca supo rastrear. "La playa estaba desierta, el Sol bañaba tu piel..."
Esa noche Hermenegilda encontró a su niña mientras dormía, y no quiso volver a despertar nunca más, Remedios se secó con lo que pareció una sonrisa arrogante sabiendo que había terminado su trabajo y lo había hecho bien, y la casa se derrumbó bajo el peso de tantos años metidos dentro de las hojas de los libros.
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Diario de una ilusión
Science FictionMani ya no quiere estar dormido. Quiere confundir realidad y sueño y escribir sobre ello.