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- Tómame de la mano.

Mich se sintió sonrojar. Esto no lo debería decir. Debería fluir. Tonta, tonta Michelle.

- ¿Qué?

Dijo el divertido.

- ¿Así?

La tomó de la mano. Tal y como se toma un puño de semillas de arroz. Como si guardara un ave entre ellas. Se le escapó la risa a ella de nuevo.

- No, así no.

Se detuvieron. Él puso mucha atención en la magia que hacían las manos de ella. Las movía muy rápido, como haciendo una trenza. Uno por uno ella dejó sus dedos entre los de él, muy lento.

- Listo.

Caminaron de la mano unos pasos más.

- ¿Mich?

- ¿Sí?

- ¿Por qué te tomo de la mano?

Le dio risa y le agarró la mano más fuerte.

- ¿Por qué no?

- Porque... no eres una niña pequeña. Eso hacen los papás con sus hijas, ¿no es cierto?

Las palabras quedaron suspendidas en el aire. Se sentían como dioses caprichosos. Perfectos y poderosos. Llenos de vida y de posibilidades infinitas. Como si fuera un sueño en el que sabes que es un sueño y puedes controlar todo a tu gusto. Era incomodo poder controlarlo. Se sentía triste, solitario, falso. Falso. Se sentía falso que ellos pudieran escribir su propia historia a su gusto y disgusto mientras caminaban por las calles llenas de charcos de San Luis Potosí.

Mich tenía una extraña sensación en la boca del estómago. Una mezcla de emoción y de recuerdo. Nostalgia. Recordó. Esa misma sensación la había tenido muchos años atrás. La primera vez que se enamoró. Y ahí estaba de nuevo: la primera vez. La diferencia es que esa sí había sido la primera. Tenía 15 años. No era tan joven. De hecho muchas ya habían tenido su primer "chico especial" desde hace tiempo. Ella no.

Era su mejor amigo. O más bien, su único amigo. Uno de los pocos que tenía. Siempre supo que no estaba bien. Enamorarse de su mejor amigo. Nunca lo ha estado, ni lo estará. Duele más. Llega más profundo. Como si atravesara tu alma. La sensación que tenía cada vez que él la volteaba a ver o le sonreía no era sana. Se sentía como ahora que caminaba con Mani. Estúpida, emocionante y falsa. Se sabía mentira y aun así se enrollaba entre sus piernas y le llegaba al corazón. Falsa. Porque el amor no existía. Nunca existió para ella.

Pero eso era algo más que la separaba de Mani; Mich tenía un pasado. Tenía un pasado profundo, rugoso y lleno de porquerías y equipajes mal cerrados. Ella tenía un pasado que arrastraba a cada paso y que no le permitía respirar bien por las noches. Se aferraba demasiado. Amaba demasiado. Hacía todo demasiado. Era irónico que eso que volvía a Mani loco la volviera miserable a ella.

Pero siempre es así. Cuando te enamoras. Te enamoras de la idea de lo que es la persona. Del "Mani" de tu cabeza, no del Mani de carne y hueso caminando de tu mano. Tenía que ser así. Recordó a su mejor amigo, Ina. Cómo le sonreía. Él quería ser escritor. Decía que se inventaba una vida distinta para vivir con cada párrafo. Decía que prefería su mundo personal al que ya existía. La volvía loca. Tal como lo hacía Mani hoy. Cómo deseó varias noches ser un personaje de las novelas de Ina. Un personaje hermoso en un mundo mágico en dónde no tuviera que preocuparse por nada. Un personaje en la historia que él escribiera.

"Me vuelven loca tus estupideces y la manera en que me hablas. Que me vuelvas tan loca que me guste sentirme loca. Me vuelven loca tus ojos y cómo me miras, como si pudieras atravesar mi alma."-ella le decía a Ina. Ina sonreía. ¿Qué otra cosa podría hacer?

Diario de una ilusiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora