30

1 0 0
                                    


El hombre sin recuerdos subía y subía las ramas de sus árboles hasta llegar a las raíces intentando tocar la Luna. La Luna lo observaba con una mirada tranquila, sabia. De sus ojos corrían las cascadas de sus lágrimas llegando hasta la tierra, alimentando la luz que daba forma a esa realidad. Mani se le quedó viendo a los ojos, buscando algo que ni siquiera sabía qué era. La mirada de la Luna era tranquila, serena, ajena a las cascadas que corrían de sus ojos y del brillo que iluminaba su mirada.

- Hace tiempo que te quiero preguntar algo.

Se quedó desconcertado. La Luna habló con voz tranquila y profunda, amarga como el café.

- ¿Tú? ¿A mí?

- Sí, le respondió la Luna.

Él asintió con la cabeza suavemente dándoles pie a la pregunta.

- ¿Cómo se siente?

- ¿Qué?

- Amar.

La Luna no tuvo una respuesta clara. Él sólo supo decir que era como "un buen susto", pero es que la Luna nunca había sentido sustos.

- No comprendo. ¿Qué es un susto?

- Es... es como cuando los árboles crecen y te intentan atrapar con sus raíces enmohecidas por la lluvia. Es el momento en el que los pájaros salen entre sus hojas y vuelan hacia ti. Es ese momento en el que desearías que las raíces te tocaran, que las plumas de las aves te hicieran cosquillas. Es el miedo que te da el que no lleguen a ti. Que no te alcancen. Pero al mismo tiempo es la emoción de que podrían alcanzarte.

Saboreó las palabras y las cascadas salieron con más agua y más fuerza, y entonces subió la mirada para ver a su compañero y dijo por primera vez con una voz dulce y serena.

- Es el momento en el que sale el Sol y quiero atraparlo, pero nunca puedo.

Diario de una ilusiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora