- ¡Mani!
Michelle Román Tizuela lo sacudía con sus gritos desgarrando el silencio sepulcral que había dejado la declamación del periodista.
- Mani, por favor.
Immanuel sin apellidos, ni raíces, sin recuerdos.
- Despierta, por favor.
El escritor en saco elegante se sintió halado a sus sueños, pero se agarraba de la realidad hasta con las uñas.
- Michelle Román Tizuela.
En efecto, como había pensado Mani hace unos días, la gente se pierde. No pasa tan seguido ni tan poco como nos gustaría, pero sucede. Immanuel buscaba en la realidad al único amor del que se acordaba, mientras que Michelle buscaba en los sueños al hombre que le había provocado más latidos que una bajada en la montaña rusa.
El cuerpo envuelto en el saco morado estaba ahí, pero al mismo tiempo no. Mich podía ver su cuerpo, pero no podía sentir su presencia. Mani por su lado no podía ni podría encontrar a Mich en la realidad porque ella hace días que se negaba a dormir, y cuando lo hacía estaba tan drogada con los somníferos y el café amargo que era imposible que siquiera cruzaran miradas.
En un instante de desesperación y un pensamiento que se escapó del filtro de estupidez de la mujer sacudiendo al hombre, Mich pegó sus labios a los de él. Por un momento real y no soñador ambos sintieron el calor que ambos provocaban. En su mundo, el hombre sin apellidos ni raíces sintió la ráfaga de agua colándose y chocando contra los árboles abalanzándose a él. No vio su mirada pero sintió el calor intenso que el agua despedía.
- Michelle.
Alcanzó a murmurar entre una sonrisa vieja.
- Immanuel
Pensó ella cuando sintió el calor en sus labios a pesar de que la piel de él estuviera más fría que el hielo. Despegó sus labios para abrir los ojos con un susto en la boca del estómago que liberó las mariposas contenidas por tanto tiempo. La ola de agua tibia se secó de pronto, y el calor de los labios se heló de nuevo.
Sintió caerse el mundo completo, su realidad sin un instante para pensarlo dos veces. Ese instante de la ola tibia había logrado encender la antorcha de la esperanza y al mismo tiempo había hecho llegar a Mani las condolencias de todos los habitantes de la realidad. La piedrita que había hecho caer la realidad de Mani habían sido Hermenegilda y su hija; las HojasVerdes. La realidad se podía compartir. Y aunque ya había compartido la realidad alguna vez con Mich, nunca lo había sentido tan real como lo hizo ese día.
Los árboles altos, hasta el cielo se cayeron haciendo ruido de violines al tocar la tierra, la tierra se hizo agua y hundió la antorcha de esperanza, el café se hizo dulce, las raíces dejaron de intentar tocar la Luna, la Luna dejó de perseguir al Sol.
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Diario de una ilusión
Science FictionMani ya no quiere estar dormido. Quiere confundir realidad y sueño y escribir sobre ello.