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Mani llegó a la realidad de sopetazo. Largos árboles punteaban al cielo mientras miles de pájaros volaban a dicho encuentro. El sonido que producían en conjunto con el entorno de la realidad de Mani era hasta cierto modo placentero. Cerró sus ojos y aspiró llenando sus pulmones e iniciando un nuevo ciclo de respiración.

Entonces Mani creó la lluvia. Y empezó a caer sobre el río a la derecha de la selva frondosa a su izquierda. El olor a tierra mojada inundó su ser. Los árboles se movían al compás del viento y la lluvia que le acompañaba. Tranquilidad. Libertad. Más pájaros volaban arriba. Se había olvidado de lo reconfortante que puede ser la realidad de vez en cuando.

Expiró entonces y vio a las flores en el piso reabrirse al tiempo que el sol salía en conjunto con la lluvia y la nieve creando un clima perfecto que de haber sido imaginario hubiera contentado a cualquier suicida frustrado. El mar al frente de Mani perdido en su inmenso azul lloró la brisa para Mani. Sus pies comenzaron a levitar elevando el cuerpo de Mani también. Cerró los ojos. Llegó hasta los árboles y más arriba. Las puntas de los altos pinos le picoteaban los ojos. Pero en la realidad, no hay dolor ni placer: esas son ilusiones. Sólo el placer que tú mismo creas es el que existe, por lo tanto sólo en sueños existe. Levitó, y levitó al ritmo de "The Awakening" tocado en su cabeza. Respiraba profundamente desmenuzando cada partícula en su interior y transformándola en algo que en los sueños llaman felicidad. El aire rozaba su cara, y las gotas de lluvia le lavaban el cuerpo. Se quitó el saco elegante y lo dejó caer. El fresco del ambiente lo envolvió como un pequeño capullo. Entonces volteó al cielo y vio a la Luna con sus lágrimas inexplicables y con la mirada serena. Le quiso preguntar algo, pero no supo cómo comenzar, así que no dijo nada.

El momento de espiritualidad le fue arrebatado a Mani por el súbito impulso por café. Mani cayó al vacío de la realidad rápidamente. Cayó de pie y estiró una sonrisa y una risa que si hubiera sido vista por cualquier testigo sería derretido instantáneamente. En ese preciso instante en el que sonría era cuando sobrepasaba el término "guapo", y algún poeta perdido tenía que inventarle un nuevo adjetivo. Pero era difícil, casi imposible que Mani sonriera así. Ésa era la sonrisa en la que el placer se le escapaba y no lo podía contener; no como las otras sonrisas falsas, premeditadas que daba en los sueños.

Interrumpida la tarea de meditación se dirigió a la enorme mesa de jardín en la selva de la izquierda a lado del río de la derecha. En la realidad no hay café. Sólo una taza con agua entintada que intenta asemejarlo: sin vida, sin olor; no era una buena imitación del café. ¿O el café era la imitación del agua entintada?

Sin más análisis y síntesis Mani tomó su agua entintada. Y mientras las últimas gotas resbalaban por su garganta y una risa se le escapaba, regresó a los sueños.

Diario de una ilusiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora