52. La segunda moneda

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LENA

— Te quiero presentar a mis padres. — dijo sonriendo repentinamente. Aquellas palabras me pillaron totalmente por sorpresa y tuve que agarrarme a la puerta.

— ¿Cómo a tus padres? — pregunté asustada con un hilo de voz. No es que no quisiera conocerlos, pero me esperaba de todo menos eso.

— Bueno, llevaba un tiempo pensándolo y creo que siendo tan importante como eres en mi vida, es hora de que conozcas a mis padres. — explicó dando unos golpecitos nerviosos con la yema de sus dedos sobre el volante.

— Damiano, pero... que vergüenza, haberme avisado no vengo preparada para la ocasión. — dije preocupada mirándome de arriba a abajo empezando a dudar hasta de mi ropa. Yo siempre soy de ese tipo de persona que cuando va a casa de alguien, le gusta llevar, aunque sea un detallito.

— No seas tonta nena, lo único que me importa es que los conozcas. Les he hablado tanto de ti que mi madre no aguanta más las ganas de conocerte. — añadió haciendo que mis mejillas obtuvieron un subtono rosáceo.

No podía negarme, realmente quería conocerlos, pero me daba muchísima vergüenza y sentía en ese momento muchísima responsabilidad para estar a la altura. Siendo sinceros él ya conocía a mis padres, y a decir verdad, los conoció en una situación un poco comprometedora así que ahora era mi turno.

Damiano no me dejo más tiempo para pensar y para que los demonios de mi cabeza se siguieran reproduciendo y bajó del coche. Se acercó a mi puerta y me cogió de una mano para ayudarme a bajar.

— No estés nerviosa, va a salir todo genial ya lo verás. — dijo tranquilizadoramente mientras me agarraba por la cintura y depositaba un beso en mi frente.

Él sujetó mi mano firmemente y tiró de mí por un caminito de piedras y césped que daba hacia una reja que permitía ver un jardín precioso y la entrada de la casa.

Yo iba andando lentamente intentando alargar al máximo el momento, pero por el camino y a medida que avanzaba, mis dudas se multiplicaban.

— Damiano no voy a entender nada. — dije parándome un poco al recordar que sus padres lógicamente eran italianos y no iba a entender nada de la conversación.

— Mis padres saben español, déjate de excusas Gaea. — dijo con una sonrisa malvada.

En verdad tenía sentido, en alguna ocasión Damiano me contó que, por el trabajo de sus padres, había pasado su infancia viajando, así que no me sorprendía que sus padres supieran otros idiomas.

— Saben que vengo? — pregunté al llegar a la puerta, segundos antes de que Damiano tocara el timbre.

— Claro que lo saben, llevamos días preparándolo. Además... vienen algunos cuantos más de mi familia. — añadió finalmente pulsando el timbre.

— ¿Cómo que tu familia? — pregunté asustada cuando vi que Damiano había estado obviando aquel "pequeño detalle"

Si ya era una responsabilidad enorme conocer a sus padres, no me quería imaginar a su familia, aunque pensándolo bien, entre tanta gente quizás me resultaría más fácil pasar desapercibida.

Damiano rio ante mi estado de nerviosismo y se limitó a abrir la reja que acababa de sonar indicándonos que la habían abierto desde el botón de dentro. Estaba dispuesto a responderme con alguna de sus frases ingeniosas, pero la puerta de la casa se abrió y en ese momento mis nervios helaron mi sangre.

Un chico alto, moreno y con un rostro muy familiar, apareció al otro lado del marco de la puerta. Para ser más exactos, su rostro me resultaba familiar porque era muy parecido a Damiano, debía de ser su hermano.

𝕀ℕ𝕋ℝ𝔼ℂℂ𝕀𝔸𝕋𝔼 •Damiano David•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora