55. Finite sempre intrecciate

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LENA

La fría brisa mañanera me despertó dulcemente como el beso de una madre en la frente. Abrí lentamente los ojos y me encontré con la preciosa imagen de Damiano abrazado a mi cuerpo. Era increíble poder despertarme a su lado todas las mañanas oliendo su aroma.

Esa sensación de paz por desgracia duró solo unos segundos, hasta que mi menté recordó algo importante. Había pasado una semana. Hoy se supone que tendría que ser mi último día en Italia y yo todavía no había hablado nada con Damiano sobre el tema.

Decidí dejar de pensar en eso y preocuparme más tarde por ello. Ya tendría tiempo de hablarlo con él a lo largo del día.

Me deleité con las vistas de su rostro unos minutos y después de dar unas vueltas más en la cama, decidí que no tenía más sueño así que me levanté con cuidado para no despertarlo.

Era un poco tarde, pero le quería dejar descansar, el baño nocturno de anoche se alargó tanto que por poco nos quedamos dormidos en la bañera.

El tiempo había cambiado completamente y el sol había vuelto a salir. Se suele decir que después de la tormenta sale el arcoíris, y en este caso había salido el sol y hacía un día espléndido.

Decidí que era el día perfecto para aprovecharlo en el jardín dibujando, así que cogí mi libreta de bocetos y unos materiales necesarios. Me senté en un cómodo sofá del jardín y pasé un buen rato dibujando mientras me alimentaban los rayos del sol con su vitamina D.

— Buenos días, nena. ¿Qué haces aquí? — dijo Damiano con voz ronca apareciendo en el jardín mientras se frotaba los ojos de forma inocente.

— No quería despertarte y me he salido un rato a dibujar. — dije depositando un corto beso en sus labios antes de seguir pintando.

— Me encanta verte dibujar, pero siento decirte que hoy no vas a tener mucho tiempo. — dijo mirándome sonriente entrecerrando sus ojos por la luz del sol.

— ¿Por qué? — pregunté curiosa.

— Ya lo verás. — respondió antes de levantarse y desaparecer.

Al cabo de unos minutos volvió a aparecer, pero esta vez con una bandeja de desayuno. Me hizo comer rápidamente y cuando terminé de engullir el desayuno, tiró de mi mano llevándome hacia el cuarto para que me arreglase.

— Por dios Damiano, hoy te has levantado acelerado. — dije mientras subía las escaleras rápidamente.

— No hay tiempo que perder nena. — respondió despeinando mi pelo.

En un abrir y cerrar de ojos ya estaba duchada, vestida y arreglada. Lista para ir a donde el destino me llevase, aunque en esta ocasión el destino era Damiano.

Cuando me quise dar cuenta, ya estaba montada en el coche al lado de Damiano. Él comenzó a moverse por las calles y llegamos a un punto en el que el recorrido se me estaba haciendo demasiado familiar. Para ser precisos, estábamos tomando el mismo camino que el día que cogimos un tren para ir a Milán.

Damiano pareció leerme la mente y retiró su mirada de la carretera por un momento para mirarme con una sonrisa traviesa. Él sabía perfectamente lo que yo estaba pensando.

— Eres horrible nena. — dijo riendo antes de morder su labio inferior.

Terminamos nuestro camino en coche y aparco en el parking de la estación de tren. A pesar de saber que íbamos a algún lado, sabía perfectamente que Damiano no me iba a descubrir el destino hasta que lo descubriera yo mismo en el último momento.

Pasamos por todas las ventanillas de control pertinentes y llegamos al único tren que se encontraba en ese momento en las vías, al lado de él había un pequeño letrero azul con letras amarillas que indicaba "Venecia"

𝕀ℕ𝕋ℝ𝔼ℂℂ𝕀𝔸𝕋𝔼 •Damiano David•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora