37. El dolor de tener que cerrar ciclos

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LENA

Caí en lo que creía que era un profundo sueño, que en verdad lo único que me estaba haciendo era traerme de vuelta a la realidad. Abrí los ojos de golpe y volvía a estar de nuevo en mi habitación. Acostada entre Jorge y Tomás. ¿Había sido todo un sueño?

Confundida analicé el entorno. Todos mis amigos permanecían donde yo recordaba haberlos dejado antes de irme supuestamente a la habitación de Tom. Tenía el brazo de Jorge abrazándome por la cintura y yo estaba abrazada a Tomás, quien tenía su brazo por mis hombros. Teníamos la misma posición con la que acabamos de hacernos cosquillas, hasta ahí podía estar segura de que aquello pasó.

Pero no podía ser posible, aquello no podía ser un simple sueño. Había sido completamente real. Aún podía sentir mi nalga derecha palpitando por los azotes. Estaba ardiendo, tenía un calor impresionante y aún tenía un cosquilleo recorriendo mi intimidad. Necesitaba pensar en todo lo que había pasado.

Me levanté suavemente sin hacer ruido, retiré la mano de Jorge y salí con cuidado de la cama para no despertar a ninguno de los dos. Eché un vistazo por el cuarto que milagrosamente no estaba muy desordenado.

Necesitaba salir a que me diera el aire, así que me puse por encima una bata mona para no ir completamente en pijama y antes de salir por la puerta, vi la chaqueta negra de Tom. Me acerqué a ella y rebuscando en los bolsillos encontré lo que quería. Un cigarro y el mechero. Ya le diría más tarde que le había cogido un cigarro, no le iba a importar, pero en ese momento realmente me hacía falta para aclarar un poco mis ideas.

Salí de la habitación y no había casi nadie por los pasillos, era muy temprano. Me fui a uno de los tranquilos balcones del hotel y tenía unas vistas maravillosas, el sol apenas estaba comenzando a salir.

Me apoye en la fría barandilla y coloque el cigarro entre mis labios para después encenderlo. Me tranquilicé un poco con las primeras caladas, y parecía que con cada calada mis pensamientos se aclaraban.

No sabía que había pasado. No sabía por qué ese sueño había sido tan real ni por qué había soñado eso con Tomás, aunque si de una cosa estaba segura, era de que me había encantado. Todavía podía sentir mis mejillas arder por aquello. Conseguí aclararme después de un tiempo y ser lo suficientemente consciente de lo sucedido como para poder separar la realidad de aquel sueño.

Supe que lo único que había sido real eran nuestras caricias, esas caricias que estuvieron a punto de convertirse en algo más, pero después de aquello los dos nos quedamos dormidos. Jamás llegamos a ir a su cuarto.

Había conseguido aclarar lo que había pasado, pero siendo sincera me jodía que no hubiera sido real aquel sueño.

Por mi mente pasaban mil pensamientos a una velocidad increíble, y entre todos ellos se coló un nombre que me heló la sangre por un momento. Damiano.

Ni siquiera me había acordado de él desde que hablé con él por última vez. Realmente no había pasado mucho tiempo, ni siquiera había pasado un día desde nuestra conversación, pero mis amigos y la situación me hicieron olvidarle por unas horas completamente.

Ahora estaba con las ideas claras, pero sintiéndome un poco culpable, no sabía si sentirme mal por haber soñado aquello o por haber querido que realmente pasase. Pero una parte de mí no se arrepentía en absoluto. No éramos nada y él me había fallado. Hasta que no me demostraste lo contrario, arreglamos las cosas y dejáramos clara nuestra situación.

Le di una última calada al cigarro y me fui de vuelta al cuarto de las chicas con todos mis amigos, que para mi sorpresa ya estaban todos casi despiertos.

𝕀ℕ𝕋ℝ𝔼ℂℂ𝕀𝔸𝕋𝔼 •Damiano David•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora