Capítulo 2

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"Luz. Después de tanto tiempo bajo la obscuridad, tus ojos y tu sonrisa me enseñaron lo que eso significaba."

⊹˖ ࣪.

—Aquí está el travieso.

El chico frente a ella extendió sus manos para darle al pequeño Gato. Adeline levantó la mirada tomándolo, con los nervios golpeándole la garganta.

—Gracias...—murmuró con una sonrisa tímida.

Se sentía mareada, pero en ese momento era difícil determinar la razón detrás de ello. Su piel estaba erizada y sentía un escalofrío recorriendo su cuerpo, aunque no era una sensación desagradable. Estaba al borde de la adrenalina, como si estuviera inundada en dopamina, haciéndole casi insoportable permanecer en su propia piel. Cada pequeño movimiento y caricia del viento le parecían extrañamente familiares. Era aterrador, pero fascinante.

—¿Como se llama?

El chico rompió el silencio al estirar una mano para acariciar la cabeza de Gato, haciéndolo ronronear.
Adeline arrugó el entrecejo con sorpresa, Gato era gruñón, ermitaño y mimado. No solía dejarse acariciar por nadie más que ella, ni siquiera con sus padres era así de dócil. Sin embargo, parecía disfrutar de las caricias de ese chico.

—Se...se llama Gato—balbuceó.

El chico alzó las cejas con diversión y su sonrisa se hizo más grande, mostrando sus dientes perfectos y pronunciando los hoyuelos en sus mejillas. Adeline no pudo evitar admirarlos y tuvo que tomar aire ante la imagen tan fascinante.

—Es muy lindo—admitió.

Hizo un mohín con sus labios mostrando ternura y luego volvió a acariciar la cabeza de Gato. La castaña ya no sabía qué decir, era como si la tierra se hubiera tragado su voz. De pronto, volvía a tener dos años, sus piernas se volvían gelatina, le costaba mantenerse en pie y balbuceaba en lugar de hablar. Las palabras se esfumaron por completo de su mente, dejando solo espacio para la admiración y el nerviosismo. Estaba congelada, así que simplemente le dedico una pequeña sonrisa torcida.

—Gracias por traerlo, y lamentó las molestias...—habló bajito apartando la mirada y se encaminó hasta la banqueta para irse de ahí. O huir, más bien.

Cobarde.

Sabía que al prolongar su estancia en ese lugar con todos esos nervios, solo traería consecuencias negativas. Temía decir algo estúpido y que el chico de rizos dorados la considerara extraña o tonta, a menos que ya lo pensara así.

Se giró para marcharse, pero antes de poder dar un solo paso, sintió una mano cálida y firme agarrando suavemente su brazo, deteniéndola en seco. Volteó hacia él con sorpresa en su rostro.

—Lo siento ¿Usted vive lejos de aquí? Si le parece bien, puedo llevarla a casa. Es tarde, no debería caminar sola.

La castaña tardó un par de segundos en reaccionar ante la mirada profunda, luego negó.

—Mhh... yo vivo en la casa de al lado, acabo de mudarme...—se esforzó por recuperar la compostura y no sonar demasiado estupida. ¿Por que se sentía así?

El chico alzó las cejas, mostrando una sonrisa que denotaba agrado ante la noticia. Su expresión era notablemente radiante. Era muy sonriente, apenas habían pasado unos minutos desde que se conocieron y él ya había sonreído más que Adeline en toda su vida, tal vez.

—¡Hm! Así que es usted la nueva vecina. He oído a mis padres hablar de eso. De una nueva familia mudándose al lado...

La castaña asintió mientras jugaba con la patita de Gato, quien comenzaba a impacientarse. Estaba aún más nerviosa con cada segundo que pasaba, el chico parecía querer entablar una conversación más profunda, mantenía su mirada fija en ella, sus ojos claros, con un iris casi hipnotizante, parecían curiosos y encantados, como si intentaran descifrar algo. Descifrarla a ella.

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