Capítulo 4

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"El amor guarda semejanza con el árbol. Se inclina por la fuerza de su propio peso, se arraiga de forma profunda muy adentro de nuestro ser y muchas veces, entre las ruinas de un corazón, sigue floreciendo"

⊹˖ ࣪.

El día había llegado.

Esa mañana en especial le había costado un poco más levantarse de la cama. Cada músculo de su cuerpo parecía resistirse a abandonar la comodidad de las sábanas, mientras que su mente se debatía entre la realidad y la tentación de permanecer en ese abrazo cálido y protector. El peso en su pecho era tangible, como si una losa de desánimo se hubiera posado sobre su corazón. Sin embargo, en medio de esa tormenta interna, una voz interior insistía en levantarse y enfrentar el día. Pensaba en su madre y en el entusiasmo de su voz diciéndole que ir a una nueva escuela le haría sentir mejor, el conocer nuevas personas y ver un ambiente distinto, donde podría comenzar de nuevo y ser feliz.

Adeline no creía nada de eso, pero haría lo que fuera si eso le traería un poco de paz a sus padres. Podía fingir, ellos siempre le creían.

Se encontraba arreglándose, luchando contra el peso del sueño que se aferraba a sus párpados. La ansiedad se apoderaba de su pecho, apretándolo con fuerza mientras el frío penetraba cada poro de su piel. Eran las 6:30 de la mañana y los primeros rayos de luz del sol apenas lograban iluminar el lugar, sin ofrecer alivio térmico. Aunque solía disfrutar del clima fresco, en ese momento sus huesos entumecidos parecían protestar en silencio. Cada milímetro de su cuerpo se veía envuelto en una intensa sensación de dolor, como si el frío abrazador despertara cada herida oculta. Eran recordatorios vivos de los golpes del pasado, una constante advertencia de que esas marcas siempre estarían presentes, aunque no se vieran a simple vista.

Una semana había pasado desde su llegada al vecindario, y desde la cena, Nate parecía haber desaparecido de su vista. Había anhelado con fervor un simple vistazo a lo lejos, pero el destino jugaba en su contra. Supuso que sus arduos entrenamientos y compromisos por su deporte eran los causantes de su ausencia. Seguramente, se encontraba inmerso en un torbellino de actividades.

Aunque quería aparentar que estaba bien en la situación, la verdad era que anhelaba con todas sus fuerzas volver a verlo. Una pequeña sensación de temor comenzaba a invadir su mente, haciéndola cuestionar si era real o simplemente un sueño fugaz. Se sentía paranoica ante la idea de que pudiera desaparecer de su vida como si nunca hubiera existido. ¿Y si todo había sido una alucinación, un espejismo creado por su imaginación?

Después de terminar de prepararse bajó las escaleras, la casa poco a poco comenzaba a tomar forma. Las cajas sin desempacar que antes obstruían los pasillos habían disminuido, y su madre había colocado algunas plantas florales por todos lados, añadiendo un toque de vida y color.

Cuando llegó al comedor, encontró a sus padres sentados disfrutando del desayuno mientras escuchaban las noticias en la radio. El aroma del café recién hecho y el pan tostado inundaba la casa, trayendo una sonrisa inconsciente a su rostro. Esos instantes de gratitud momentánea eran agradables.

—Ven a desayunar Ad—dijo su padre, señalando una silla libre en el comedor.

—Planeaba irme antes, aún tengo que encontrar la escuela.

Sus padres tenían que trabajar y la única pista que tenían sobre la ubicación de la escuela era un pequeño folleto. No conocía bien Palermo y no pensaba que encontrarla fuera tan sencillo.

—Oh, no te preocupes por eso, el vecino se ofreció a llevarte—su madre habló mientras servía jugo de naranja en un vaso.

—¿El vecino?—arrugó el ceño.

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