Dictador 2/?

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Por fin México había conseguido organizarse, y así poder viajar hasta donde se encontraba su mejor amigo. Luego de largos años estando incomunicados, se sentía nervioso y emocionado.

¿Qué clase de cara pondría Chile cuando lo viera ahí? 

Empezó a imaginar distintas reacciones mientras su vista se perdía a través de la ventana del avión, nunca se cansaba de la vista que podía obtener al viajar.

Probablemente le daría una risa nerviosa, el chileno no era muy bueno expresando lo que sentía. Sin embargo, para él eso no era un problema, lo conocía hace tanto tiempo que lo entendía. Incluso se atrevería a decir que de todos, era el más cercano al de estrella. O al menos, eso pensaba. Por más que le daba vueltas al asunto, no le hacía sentido a su repentina desaparición. Nunca habían dejado pasar tanto tiempo, ni habían necesitado de terceros para saber del otro.

Al llegar al aeropuerto se sintió algo extrañado. Claro, los chilenos nunca se habían caracterizado por ser cariñosos o cercanos a los extranjeros, pero al menos entre ellos sí se sentía esa calidez. Ese día no lo hacía, era como si hubieran perdido su esencia. Nadie sonreía y se veía casi el doble de seguridad de la que recordaba desde su última visita.

Intentó silenciar el mal presentimiento que comenzaba a crecer dentro de si.

Hoy obtendría las respuestas que tanto buscaba.

— ¡Así que el chile de mis tacos sigue vivo! —entró sin anunciarse a la oficina abriendo las puertas de par en par.

— Conchetu —dió un brinco por el susto—. ¿México? —una sonrisa se formó en sus labios junto con un brillo en sus ojos.

El norteamericano lanzó su equipaje a un lado.

— Cabrón no sabes lo —se acercó emocionado y levemente molesto para abrazarlo efusivamente—. Wey, qué pedo —aflojó el agarre—. ¿Por qué estas tan delgado? —comenzó a revisarlo.

— Exageras —lo alejó—. Por algo soy el pasillo de Sudamérica —rió restándole importancia.

— Chile, esto no es normal —dijo preocupado mientras con su pulgar recorría delicadamente las grietas que no había notado en su rostro.

— No le pongai color —movió su cara—. Ven, tomémonos un tecito —puso su mano sobre el hombro del de escudo y lo guió hasta el escritorio.

Un leve pensamiento cruzó por su cabeza y para deshacerse de la duda en ese instante, tomó la muñeca del tricolor y subió la manga de su camisa, pudiendo observar múltiples cortes frescos a lo largo de esta.

— No hagai eso —frunció el ceño y retiró su mano de forma brusca.

— Prometiste que no volverías a hacer eso —señaló su brazo.

— Tú siempre dices que vas a dejar el tequila y andai pasao a trago —comentó mientras preparaba unas tazas.

— Pero yo no soy alcohólico —se sentó en una de las sillas.

— Eso diría un alcohólico —puso la taza en frente de él.

— Pura verga.

— Ya, pero no hablemos tonteras, po. Cuéntame ¿cómo hai estado? —intentó desviar el tema de conversación.

— Haz tu maleta —ordenó de la nada luego de beber un sorbo—. Vamos a ir con OMS —declaró con seriedad.

— ¿Qué? —no se esperaba eso—. Yaa, pu. No te pongai latero —se quejó—. Hace una chorrá de tiempo que no. 

— Hablo en serio —su expresión y tono demostraban que así era.

El mexicano sabía que algo estaba pasando. Y si no pensaba decírselo a él, al menos quería que hablara con alguien que sepa del tema... Y que legalmente estuviera obligado a guardar el secreto.

Amor TricolorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora