Capítulo 13

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— Les dije que tenía que llegar temprano, oh. Por la cresta —reclamó desde el fondo de la furgoneta.

— Vea, yo le dije que pidiéramos ayuda, pero no. Usted dele con la cantaleta de que vamos bien —exclamó el colombiano.

— Cerrá el orto, manejá vos si no te gusta. Qué culpa tengo yo de que la cagada esta no ande bien —se quejó refiriéndose al gps—. Le hubieras pedido al boludo ese que te trajera. O nos pagara el auto, ¿no tiene tanta guita? —lo miró molesto por el retrovisor.

— No me sobra la perso como a ti pa' que me paguen las cosas.

— Y a usted por qué deberían pagarle pasaje, si es una cosa tremenda, oiga.

— Ya dejen de estar peleando, puta madre —ordenó el norteamericano.

— Tamare. Dices eso, pero no estaríamos contra el tiempo si alguien hubiera tenido su ropa lista —insinuó el sudamericano.

— Ora, ¿y el que se entretuvo en la regadera también fui yo?

Eu adoro essa música (¡Ay! Me encanta esta canción) —Brasil extendió el brazo hasta la radio para subir el volumen con el fin de apaciguar aquella discusión.

— Apagá esa mierda —exigió sin paciencia.

— Aprenda a respetar gustos, sapo hijueputa.

— No mames, pinche canción culera.

— Como tu peinado —soltó por lo bajo el peruano.

La pelea continuó hasta que llegaron al lugar. El cambio de horario realmente afectaba sus personalidades conflictivas. Una lástima, pues no les permitía disfrutar del paisaje frente a ellos. La nieve delicadamente decorada por el sol del atardecer y flores que crecían tímidamente entre la escarcha.

Una vez que estuvieron en su destino ya había caído la noche. Estacionaron el auto y se encontraron frente a la gran mansión. Finas y delicadas estatuas decoraban cada esquina y ventana del lugar. Unos rosales contrastaban el blanco de todo y daban vida a aquél congelado jardín que los recibía. Recorrieron el lugar con asombro hasta llegar a la recepción.

Welcome (Bienvenidos) —saludó una joven inglesa de apariencia pulcra—. If you like you can leave your coats here (si gustan pueden dejar sus abrigos por acá) —señaló una habitación dispuesta para aquello.

— Causa, ¿y si me lo roban? —preguntó al chileno por lo bajo.

— Qué te van a andar robando esa weá pulguienta, seguro está lleno de abrigos de piel. Asopao.

— Habla más bajo, huevón. ¡Qué palta si te escuchan!

— Tenemos un sistema de identificación bastante eficaz para que estén tranquilos —sonrió hacia el andino.

— No te preocupes, a nadie le interesan nuestras chirapas —dijo el boliviano a la par que entregaba su abrigo—. Mejor vamos a ver que tal esta el cheruje —propuso emocionado.

— Me voy a juntar con un amigo, los busco luego —se despidió el sudamericano.

— Dizque amigo. No se me vaya a perder mucho por los pasillos con su amigo, pues —insinuó con una sonrisa.

— Avisá si te vas a quedar con él —comentó Argentina despreocupado.

— Ah, no. No me sales con esa huevada —advirtió—. Llegamos juntos y nos vamos igual, huevón.

— Pásalo chido.

— Yaaa —se alejó avergonzado del grupo.

Sintió el calor subir por sus mejillas y las risas a su espalda. Definitivamente debió haber venido solo. O al menos con un grupo más reducido. Se acercó a una especie de mapa que se encontraba en la pared sobre los distintos salones del lugar. Asumió que su acompañante debía encontrarse cerca de los dulces, así que se dirigió hacia "el comedor". En medio de su camino y distracción torpezó con alguien.

Amor TricolorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora