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La tarde caía y con ella los inmensos colores que se expandían por todo el cielo coral que hace una horas fué azul y el viento soplaba como si quisiera llevarse todo sentimiento alguno.

—Así que no has puesto atención estos últimos meses, ¿eh?— susurró ella mirando un punto fijo de aquella vista.

—La secundaria sin Mikey, sin los chicos o sin tí es aburrida. Además, finjo entender.— se quejó esperando que su acompañante le dijera algo diferente.

Seis largos años habían pasado desde esa promesa que juraron cumplir cuando apenas eran unos niños. Ahora eran todos unos pubertos y quizá eso que alguna vez prometieron con tanta alegría se había esfumado.

—Aún así debes estar atento o no quisieras hacer llorar a la señora Baji, ¿verdad?—No importaba cuánto más creciera el azabache, uno de sus mayores miedos y debilidades es su madre y eso es algo que Akari nunca olvida.— Creo que te quedaste mudo. En fin, espero ver a los chicos pronto.

—Siempre dices eso, pero la verdad es que estás demasiado ocupada.— Era verdad, aunque ya no eran solo ellos dos, además de Mikey y Emma. Akari se había alejado un poco más, comenzaba a tomar mayor interés en un futuro prometedor. El azabache al ver que la situación se tornaba incómoda, cambió el tema. — Mitsuya me pidió que te diera esto.

Akari tomó la caja que Baji le dió pero con un rostro lleno de tristeza, sentía como su corazón se estrujaba cuando su mejor amigo decía esas cosas pero no podía hacer o decir nada, porque, todo era verdad.

Hace unos años ya no solo eran Baji, Emma, Mikey y ella. Ahora habían más, muchos más. Draken, un chico demasiado maduro y el más apegado a Mikey. El se podría decir que era el hermano mayor de todos. Mitsuya; un chico demasiado tierno y con un carácter comprometedor, Kazutora; es el más expontaneo y sin duda alguna con el que mejor se lleva Baji y por último Pachin, un tipo demasiado rudo de aspecto, pero al estar en confianza no es más que un tipo genial. Todos ellos habían llegado a su vida, pero a veces nuestros intereses nos separan de amistades y eso era lo que estaba haciendo Akari, alajandose cada vez más.

—Gracias, Kei.— Akari ya no podía mirar a Baji a los ojos, no con las últimas palabras que había dicho.—Dile a Mitsuya y a los demás que en cuanto terminen mis exámenes y las olimpiadas iremos a la playa.—Sonrió.

El pelinegro solo suspiró para después fijar sus profundos ojos avellana en la mirada de Akari, la mirada de el era intensa que podría poner los pelos de punta a quién sea que los mirace. Solo tres pasos bastó para que quedaran demasiados juntos, Baji sin permiso alguno se acercó al oído de Akari, su cercanía provocó en ella una inmensa corriente por todo su cuerpo, como si este se apoderada de ella.

—Mientes.— El susurro en su oído hizo que su piel se erizara.— Sonríes con muecas cuando mientes, te conozco y se qué ahora solo te importa ser exitosa y también se que la señora Hayashi te presiona a tal grado.

No valía la pena seguir mintiendo a alguien que te conoce perfectamente como la palma de su mano.

Ya no había más palabras que decir, el había descubierto la verdad.

—Quizá tengas razón.— Los nervios la habían contradecido, ella quería explotar, pero no podía, su madre solo quería ver a su hija triunfar pero lo que no sabía era el daño psicológico que le estaba causando.—Ya es tarde, debo irme.

Akari retrocedió unos cuantos pasos, aquella calidez que sentía al estar junto a Baji, se había esfumado completamente, sus pasos y ella le daban la espalda a alguien que conformaba cada parte de su vida.

Estando ya en casa, cómo si de un fideo cocinado se tratace, sus piernas cayeron al suelo, hasta encogerse tomándolas con fuerza. Ahora sí, ese líquido tan salado recorrió sus mejillas, cualquiera que la viera diría que sus ojos parecían cascadas y su voz, un grito desesperado de frustración.

𝑮𝒐𝒍𝒅𝒆𝒏 𝒉𝒐𝒖𝒓 | 𝑩𝒂𝒋𝒊 𝑲𝒆𝒊𝒔𝒖𝒌𝒆Donde viven las historias. Descúbrelo ahora