Un ser la acompaña desde pequeña. Un ser que se hace llamar su asociado. Un ser que parece conocer todos los secretos del universo: la sombra.
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Maia no tiene recuerdos de su verdadera familia. Según ella, nació y se crio en la calle, oculta entre...
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7 años y medio después
Solo me quedaba un día antes de tener que mudarme a la nueva escuela. Un día para disfrutar de mi privacidad, de mis amigos, de la ciudad. Y dos días antes de que inicien las clases.
La realidad era que no quería que el tiempo pasara. Deseaba poder quédame en la ciudad, mas sabía que no podía ser así. Samuel y el consejo habían decidido, cuando finalicé el año escolar anterior, que ya era hora de que comenzara a convivir con otros chicos especiales. Por esa razón me enviarían al internado en Foirt. El internado al que debería haber ido en un inicio, si mis habilidades hubieran funcionado de la manera correcta.
Hiciera lo que hiciera, debería ir a ese internado.
—¡Sal de la mochila! —chillé hacia la sombra.
Samuel me había encargado ir a un lugar en el centro de la ciudad, un lugar que yo no conocía. La sombra se había empecinado en acompañarme, a pesar de que ya le había dicho que no era necesario, que el que él me acompañara era un riesgo. Y, como era costumbre, él se había puesto tan terco como yo.
Resignada, cerré el cierre de la mochila y me la colgué en el hombro. El frío de la sombra se concentró en mi espalda y yo suspiré. Si me llegaban a descubrir por su culpa, encontraría la manera de deshacerme de él, no importaba que tan inmortal pareciera.
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Me bajé del colectivo en una calle que yo no reconocía. Estaba bordead de enormes edificios de apariencia un poco antigua. En seguida me invadió la paranoia. Detestaba salir con la sombra porque siempre sentía que nos descubrirían por culpa de que él tenía la pésima costumbre de hablarme aun cuando nos encontrábamos rodeados de personas.
Luego de unos minutos cerciorándome de que él permaneciera solo en la mochila, comenzó a regañarme. Eso provocó que rodara los ojos.
—Solo camina derecho hasta llegar a la iglesia, una vez allí, dobla a la izquierda y verás un edificio viejo, frente a él habrá unas escaleras que llevan al piso subterráneo, tendrás que bajarlas.
—Pero, no conozco a nadie allí —me lamenté.
—No fui yo quien determinó que debías ver a esas personas —replicó la criatura y mi mochila una vez más se sacudió con sus movimientos—. Solo te recuerdo lo que Samuel dijo.
