Capítulo 31: La tensión creciente

105 21 0
                                    

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Maia se secó el sudor de la frente y salió del campo en dirección a las gradas

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Maia se secó el sudor de la frente y salió del campo en dirección a las gradas. Ese gesto era muy común en ella, lo había notado hacía unos días. Otra cosa que había notado era que cada día que pasaba, sus habilidades aumentaban, su poder y su control también. Y eso era bueno, para ella, para mí, para el equipo. Aunque estos últimos no lo veían así. Podía notar como les molestaba que Maia mejorara. Siempre que conseguía una victoria, por más que fuera mínima, sus rostros cambiaban a unos llenos de asco o desprecio. Yo ya no los comprendía, no entendía que tenían en contra de ella. Maia nunca les había hecho nada, así que no encontraba un motivo, algo que explicara su forma de tratarla. Por suerte, luego de mi advertencia de hacía una semana la habían dejado en paz. Aunque sospechaba que estaban tramando algo.

—Maia —la llamé mientras intentaba alcanzarla.

Siempre la acompañaba hasta su cuarto, era como una rutina, pero ella nunca me esperaba. Y aún me ignoraba, lo que no era muy divertido, a pesar de que intentaba ser comprensivo.

La pelinegra me ignoró, como siempre, por lo que apresuré mi paso para poder llegar a su lado. Una vez que la alcancé, respiré hondo y la observé de reojo. Tenía el ceño levemente fruncido y sus ojos estaban clavados en el camino frente a nosotros. Sus manos cada pocos segundos viajaban a su mochila, otro gesto que hacía a menudo. Parecía que tenía una especie de obsesión con controlar que lo que fuera que llevaba en su mochila permaneciera allí.

—Lo hiciste bien, cada día mejoras más —comenté para cortar con el silencio tenso.

Mordí mi labio inferior y esperé a que me respondiera. Me sentía tonto cada vez que ella me ignoraba, pero al día siguiente volvía a acompañarla, como si no conociera el desenlace de la historia que se llevaba repitiendo una semana.

—Lo sé —respondió y aflojó los músculos de sus hombros que se encontraban tensos.

Medio sonreí.

—Creí que no eras egocéntrica —murmuré al recordar la charla que habíamos tenido el día antes de las locales.

—No lo soy, pero tampoco voy a fingir humildad, sé que lo hice bien y no planeo ocultarlo, ya no más —se justificó—. Eso no me vuelve egocéntrica, solo demuestra que soy capaz de reconocer mis logros.

La sombra oculta (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora