Capítulo 38: El miedo al compromiso

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Repiqueteé mi pie contra el suelo de auto

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Repiqueteé mi pie contra el suelo de auto. Observé a Samuel y luego me giré hacia la ventana. Me removí incómoda y abracé con fuerza la mochila que estaba sobre mi regazo, mochila en la que se encontraba la sombra.

—Ya deja de hacer tanto drama, Maia —se quejó Samuel a mi lado.

Enterré mi cara detrás de la mochila.

—Ni siquiera sé por qué estás tan avergonzada —siguió refunfuñando el hombre—. Tampoco es como si los hubiera encontrado haciendo la gran cosa...

—Samuel, por favor, no hables más —rogué con las mejillas hirviendo.

Dios, jamás en mi vida me había sentido tan incómoda y avergonzada. Y lo peor de todo era que Samuel tenía razón, ni siquiera había sido la gran cosa, solo había sido un beso... el segundo beso que había dado en mi vida... Pero no había sido la gran cosa...

—Ahora, quiero que me digas, ¿quién te enseñó las técnicas que utilizaste en las batallas? —cuestionó con tono serio.

Lentamente, saqué el rostro de atrás de la mochila y lo observé sin saber muy bien que decir.

—Fue...

—No quiero que digas que los entrenadores porque eso no es verdad —negó y guardó su celular—. Miller no te deja llegar tan lejos, nunca, y Simmer es un incompetente, por el único motivo por el que llegaron tan lejos en las competencias fue porque saben arreglárselas solos.

Me mordí el labio y luego sacudí mi cabeza. Estaba pasando demasiado tiempo con Silas y se me comenzaban a pegar sus gestos.

—Yo... —Abracé con más fuerza la mochila y la sombra se removió en su interior—. Yo... Me escapé algunas noches de la escuela para entrenar sola, porque no sentía que estuviera avanzando —medio mentí y bajé la mirada para parecer avergonzada.

Samuel no dijo nada, así que lo observé. Me estaba mirando con su ceja derecha alzada en un gesto que no sabía muy bien cómo interpretar. Luego de un rato, suspiró.

—No me molesta que quieras entrenar por tu cuenta —concedió, pero seguía sin verse conforme—. Pero debes tener más cuidado, Maia, no puedes solo escaparte por la noche a quién sabe dónde. En tu escuela hay salones que puedes reservar y que están especialmente diseñados para que los estudiantes entrenen.

Volví a bajar la mirada, como si aún me sintiera avergonzada.

—Lo sé.

—Bien, a partir de ahora, cuando quieras entrenar por tu cuenta, hazlo en uno de los salones —decretó—. Y ya no tendrás entrenamientos privados, está claro que fueron inútiles.

No respondí, aunque estaba feliz de ya no tener que ir a esos entrenamientos. Miller me limitaba mucho, a pesar de que sí era bueno enseñando, él no conocía mi verdadero nivel y le gustaba avanzar de a poco, demasiado poco.

La sombra oculta (completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora