09. JOAQUÍN

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Al día siguiente, no voy a la escuela. Tan pronto como Derek se detiene frente al edificio de mamá, salgo corriendo, mis latidos casi me erradican por completo.

Mamá vive en el centro de Londres, donde hay mucho ruido y el tráfico es sofocante. Es su forma de permanecer entre las personas, incluso si son del tipo más molesto.

El conserje, un anciano con barba, me saluda y trago saliva para poder hablar por encima de la opresión en mi garganta.

-¿E-está mamá arriba? ¿La revisaste?

-La señora Gress nos pidió que no la molestemos.

Mis rodillas se debilitan. Casi me caigo allí mismo. No. No, mamá. Lo prometiste.

Está diciendo algo más, pero no lo escucho por encima del zumbido en mis oídos. Es como si me hubieran retrasado unos años. Es la misma escena, el mismo presentimiento y el mismo miedo mortal.
Todo está ahí.

Aprieto el botón del ascensor, pero no baja. Corro hacia las escaleras y subo dos escalones a la vez. Todavía me tiemblan las rodillas, pero consigo llegar hasta el décimo piso. Estoy jadeando, la camisa de mi uniforme se me pega a la piel, pero esa es la menor de mis preocupaciones.

En el momento en que estoy frente al piso de mamá, me quedo ahí. Mis miembros se congelan y es como si alguien me hubiera hechizado. No puedo moverme. Oh, Dios.

Tal vez debería habérselo dicho a papá antes de que saliera a trabajar esta mañana. Tal vez debería haber hecho que Derek viniera conmigo.
No quiero entrar allí solo.
Yo... tengo miedo.

Mi corazón late con fuerza en mi pecho y un escalofrío recorre mi columna vertebral, envolviéndome por completo.
Ve, Joaquín. Tienes que ir.

Mis dedos están rígidos y fríos cuando ingreso la contraseña de su piso. El sonido de la cerradura al abrirse resuena en el silencio del pasillo como una fatalidad. Me estremezco, incluso cuando trato de mantener la compostura. Mi mano estrangula la correa de mi mochila mientras entro de puntillas. Lo primero que veo es negro. Está tan oscuro que no puedo distinguir mis propias manos. Luego sigue el olor de algo podrido. Algo como carne y alcohol. Un sollozo sale de mi garganta mientras corro hacia adentro.

-¡Mamá! ¡Mamá!

Me tropiezo con una mesa y me duele el pie. Tiro mi mochila y continúo cojeando hacia su habitación. Aprendí el camino de memoria y puedo alcanzarlo incluso en la oscuridad. Mis dedos tiemblan, flotando sobre el interruptor de la luz. ¿Y si la encuentro en el suelo como la otra vez? ¿Y si llego demasiado tarde? Y si...

Presiono el botón y me congelo en su lugar. Mamá se sienta frente a su consola, su cabello rubio cae a ambos lados de su cara y se detiene un poco debajo de su cuello, despeinado y por todos lados, sus ojos azul cobalto están inyectados en sangre y perdidos en el espejo. Rayas de rímel marcan sus mejillas y sostiene un lápiz labial rojo en la mano que combina con el color de sus labios. Su otra mano agarra una copa medio llena de vino tinto. Su camisón de satén está arrugado y la bata mal atada alrededor de su cintura, pero no oculta su cuerpo de modelo o su exótica belleza de la que hablan todos en los medios.

La política modelo. La belleza puede ser inteligente.

Eso es mamá en sus ojos. Una mujer hermosa y exitosa que puede debatir en el parlamento durante días. Pero no ven a la mujer que yo veo. No la ven así, perdida en algún lugar donde nadie puede encontrarla.

-Mamá... -Me acerco a ella lentamente, una lágrima se desliza por mi mejilla.

Su cabeza gira en mi dirección como un robot. Por unos segundos, me mira como si fuera un extraño, como si me estuviera viendo por primera vez en su vida. Luego, lentamente, demasiado lentamente, sus labios se levantan en una cálida sonrisa.

CRUELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora