38. JOAQUÍN

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Esa noche, Emilio me abraza mientras lloro hasta quedarme dormido. Lloro por algo que nunca estuvo ahí.

Pero solo porque la prueba fue negativa no significa que no sienta la pérdida. No significa que no sienta que me falta una parte de mí. Una oportunidad de un futuro alternativo, de una vida diferente, otra... posibilidad. Porque lo sé, solo sé que si fuera real, Emilio y yo habríamos luchado por ello. Me habría llevado a algún lugar donde ninguno de los reporteros o la gente de mi país pudiera encontrarnos. Ahora, tengo que volver a la realidad de que estoy follando con mi hermanastro y que, si bien esta vez no hay un bebé, la vida como la conocemos se terminará si alguien nos atrapa.

Mi cabeza ha estado en las nubes y ahora tengo que volver a caer al suelo.

A la mañana siguiente, Emilio intenta arrastrarme a la ciudad. Me tiende una emboscada después de que salgo de la ducha, de pie frente al baño con sus elegantes vaqueros, camiseta y el cabello peinado. No importa cuánto me guste su apariencia, no estoy de humor para dejar mi cama hoy.

-Quiero quedarme en mi habitación hasta que sea hora de irme a casa.

-Mmm. -Me mira con su expresión en blanco de siempre.

-¿Qué?

-No sabía que eras un aburrido además de ser un cobarde.

-¡Oye! -Le doy un puñetazo en el hombro. La más leve sonrisa roza sus labios.

-Olvídalo. Me iré sin ti. No necesito cobardes en mis recorridos. -Le oigo saludar al mayordomo con los buenos días y decirle que desayunará fuera.

Ese idiota.

Me pongo un pantalón negro junto con una camiseta color melocotón y trato de peinar un poco mi caballo, después de meter los pies en el primer par de zapatos que encuentro, salgo corriendo detrás de él. Es cuando estoy en la entrada que me doy cuenta de que no me he tapado las pecas que adornan mi cara. Lo que sea. No estoy de humor para eso. Alcanzo a Emilio por la colina de la casa, caminando lentamente.

-No soy un cobarde. -Jadeo mientras sigo su ritmo.

Emilio Sonríe pero no dice nada. En cambio, entrelaza sus dedos con los míos. La suavidad de su toque casi me rompe el corazón de nuevo.

Tu dolor es mi dolor, mariposa.

Esa fue la primera vez que pude respirar desde que el médico dijo que era un falso positivo. Saber que Emilio, de todas las personas, entendía ese dolor lo hacía menos agudo. Todavía está ahí, pero siento un cierto tipo de paz sabiendo que lo tengo conmigo.

Espera. Está tomando mi mano. No debería. Miro por encima del hombro y trato de alejarme, pero no me deja ir.

-¡Emilio! Estamos en público.

-No estamos en Inglaterra. Nadie nos conoce aquí. -Me arrastra hacia su costado-. Quédate quieto. Nadie nos conoce aquí. El único que lo hace es probablemente el mayordomo de Lucien, y ahora está fuera de escena.

Una sensación surrealista de levitación se apodera de mí cuando dejo que Emilio me lleve en dirección a la ciudad más cercana. La energía renovada me envuelve. Me sumerjo en mi entorno, el cielo azul brillante y el sol cálido. En los confines de las estrechas calles y la sensación vintage de las carreteras, es como una escena de una novela.

-Hubo una batalla destructiva aquí durante la guerra mundial -dice Emilio mientras pasamos por edificios antiguos-. Nuestras tropas lucharon con los franceses en estas mismas calles.

Sonrío, mirándolo estudiar el viejo pavimento con ese curioso brillo en sus ojos. Es tan raro verlo dar rienda suelta a su nerd interior.

-Bueno, no era nuestra batalla y, sin embargo, perdimos tantos soldados por ella.

CRUELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora