CAPÍTULO 6

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Movida por la información que Robbie y Nicky le habían dado en cuanto a Alex durante los siguientes días y luego de meter la pata sin saber siquiera cómo en la tienda de comestibles, Piper salió a correr esa mañana como todas las demás, aunque esta vez tomó una ruta distinta, hacia el otro extremo del pueblo donde se encontraba la cabaña que Alex había adaptado como su pequeño estudio para dar clases de baile.
Era una mujer ruda e imponente a la que Piper no se imaginaba bailando con delicadeza como esas mujeres de los recitales de ballet, pero se regañó a sí misma mientras trotaba intentando dejar de juzgar a los demás sin conocerlos bien, porque esa era la verdad: ella no conocía a Alex casi en nada, pero había en ella cierto encanto que la hacía sentir interesada por conocer más de ella y descubrir el misticismo que la pelinegra ocultaba tras esa máscara de dureza y seriedad en los ojos verdes enmarcados en armazones negros.

Sabía bien que las personas más lastimadas eran más difíciles de conocer, puesto que arman escudos para no dejar que otros los lastimen, y lo sabía bastante bien porque ella misma lo había hecho también.
De cualquier forma, quería conocer un poco más de Alex, le interesaba ayudarla a que Robbie tuviera una buena vida y sin duda, no le había quedado un buen sabor de boca después de todas las veces que la había visto porque siempre había complicaciones, pero si Robbie decía que su madre era encantadora, seguramente que lo era, solamente que necesitaba conocerla un poco más para tomar confianza y dejar de lado las barreras, después de todo, Piper no deseaba hacerle daño, ni a ella ni a su hijo.

Era temprano, y aunque el sol ya estaba completamente en el cielo, el frescor de la época le hacía erizar la piel.
Piper se coló entre los árboles mientras observaba las cabañas a su alrededor, buscando la que tuviera el marco de las ventanas y la puerta de color blanco, como Nicky le había dicho, hasta que al fin lo divisó, y no solo eso, su corazón se aceleró con rapidez cuando vio a Alex llegar al sitio con una maleta de deportista al hombro. Llevaba sin embargo, unos jeans de mezclilla y no parecía ni siquiera que fuera a prepararse para bailar, quizá llevaba su ropa deportiva en la maleta o tal vez ese día no estaba ahí para dar clases, además, era algo temprano, pero no es como que la rubia supiera sus horarios, solamente estaba tratando de adivinar qué era lo que hacía Alex cuando desaparecía como lo había estado haciendo constantemente desde que la había visto por primera vez dándose un chapuzón en el lago que ahora sabía, era conocido como el lago pequeño.

Movida por la curiosidad, aguardó a que Alex entrara a la cabaña y se acercó como no queriendo hacia una de las ventanas de la parte de atrás, vigilando no ser vista por ninguna persona o por la misma pelinegra, porque estaba segura de que no le faltarían insultos y gritos como había sido cuando se había molestado porque llevaron a Robbie de paseo.
Subió al porche que rodeaba toda la cabaña, intentando ser cuidadosa al pisar para no hacer demasiado ruido en el piso de madera, y entonces limpió un poco el polvo y basura de los árboles que se acumulaba en el marco de la ventana para poder echar un vistazo hacia el interior del lugar.
Parecía bastante espacioso, ya que no había muebles de ningún tipo ahí, más que algunas bases de esas en las que las bailarinas se apoyan para hacer sus pliés y demás estiramientos y poses de baile, también había unos cuantos espejos y el suelo de madera tenía algunas líneas marcadas con cinta adhesiva de colores vistosos.

De verdad lucía como una versión en miniatura de un estudio de baile prestigioso, y no es que la rubia hubiera estado en demasiados, pero sí que los conocía.
Había recubrimiento para insonorizar las paredes que se esparcía por todo el lugar, dándole una apariencia más sobria al sitio, y aunque estaba todo en perfecto orden, Alex no estaba por ninguna parte.
Observó con detenimiento en cada espacio que la ventana le permitió ver, hasta que el despliegue de una puerta de par en par la hizo casi saltar con el corazón dándole tumbos en el pecho. La pelinegra estaba ahí con un vestido color salmón muy tenue que casi se confundía con la palidez de su piel, ajustado de la cintura hacia arriba y suelto con suficiente vuelo para dejar moverse formando esas majestuosas ondas que daban la impresión de que Alex pisaba en las nubes al moverse.
La abertura del vestido dejaba ver uno de sus muslos con un tatuaje bastante grande que contrastaba en su piel marmórea, y la rubia incluso pasó saliva solo de verla caminar con esa elegancia y sofisticación que hasta ahora, solo conocía en los gatos.

MORE BEAUTIFUL FOR HAVING BEEN BROKENDonde viven las historias. Descúbrelo ahora