9- El corazón roto de Albert Ardlay

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Antes de ir a su habitación Candy fue a ver a Annie, pero se detuvo en la puerta, para hablarle desde allí por cuidado.

—Annie sé que te prometí un masaje, pero Terry tiene amigdalitis y temo que pueda contagiar a todos si los frecuentó mucho. Permaneceré con él hasta que se recupere, evitando tanto como pueda el contacto con ustedes. Pero sabes que te quiero.

—Lamento escuchar eso Candy, yo también te quiero, ocúpate de él, estaremos bien. Sé que no será para nada desagradable cuidarlo, guiñándole un ojo.

—Candy le sacó la lengua —eres una tonta, me daré un baño, y diciendo esto se retiró brevemente, antes de cerrar la puerta, se le ocurrió algo: Le explicaré a Peggy cómo darte masajes, para aliviar tus pies.

—Esa es una buena idea hermana, te quiero, gracias por preocuparte por mí.

—Adiós llorona —y cerró la puerta para caminar hacia su habitación.

Candy se dio un largo baño para aliviar su cansancio, recordó que debía enviarle un telegrama a la señorita Pony para contarle que estaba de nuevo en Chicago, y que Terry estaba con ella. También debía escribirle a Patricia. Aunque no le habían puesto fecha a la boda, presentía que sería muy pronto. Ella misma lo deseaba así, era un tema que tratar con él, pero estaba segura que al igual que ella no quería postergarlo por mucho tiempo. Por lo tanto, tenía que contarle de inmediato las noticias a Patty e invitarla a Chicago.

Entre tantas divagaciones, Candy se tumbó en la silla de su cómoda, frotó su cabello rizado con una toalla y colocó un poco de aceite, haciendo ondulaciones con sus dedos. Se vistió con un vestido color rosa y salió de su habitación verde menta hasta la cocina para buscar sopa de pollo para el paciente.

Cuando entró al cuarto, Terry dormía, con suaves llamados lo despertó.

—Debes comer algo, mandé a preparar esta sopa, sé que será doloroso, pero debes comer mi amor. Ella misma ofreció cucharada a cucharada.

—¿Sabes cómo sería capaz de tomarme toda está sopa, a pesar de que cada sorbo me duele como el demonio? -le dijo él traviesamente.

—¿Cómo? —preguntó ella

—Con un beso, con cada cucharada me das un beso, justo aquí señorita pecas, señalando sus labios.

—Eres un bribón Terry Granchester.

—No, soy un hombre enamorado de una mona pecosa muy hermosa.

—Está bien, te daré uno ahora y uno después que hayas terminado.

—Aceptó.

Acto seguido lo beso con ternura. Y siguieron bromeando hasta que terminó de comer.

—Sé que has hecho un gran esfuerzo porque te duele, pero has sido muy valiente paciente Granchester.

—Quieres leer algo para no aburrirte, hay una biblioteca abajo con muchos libros, pero también están aquí los que trajiste, ¿Qué prefieres? —le interrogó ella.

—¿Puedes hacerlo conmigo? Hagámoslo juntos, quiere enfermera Ardlay— le propuso él.

—Está bien, ¿Qué deseas leer?

—Mi libro de Hamlet, y el libreto, lo traía en mi maleta.

—Está bien, los traeré, están con tus cosas en el armario.

Candy abrió la ventana para ventilar la habitación, y se recostó en la cama con él, trayendo el libro y el libreto.

—Me gustaría recitarlo para ti querida, como en Escocia, pero creo que no puedo. Terry colocó su mano en la nuca y gesticuló dolor.

Partida en dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora