7-Celos II

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Entraron en la habitación, ella le pidió que se sentará un momento en el sofá porque quería cambiarse de ropa y ponerse algo más cómodo.

Él solo se quitó la chaqueta y liberó ligeramente su corbata. Se sentó y se quedó observando las rosas rojas que le había traído antes, ella no tuvo tiempo de ponerlas en agua. Las había dejado en el tocador. De un impulso se puso de nuevo de pie para tomar las flores y colocarlas en la mesa de noche. Pensó que podría ser lo primero que ella viera en la mañana al despertar, así pensaría en él y recordar la noche anterior, en la que le pidió matrimonio.

Cuando él volvía al sofá ella salió del baño, con un vestido azul de algodón y lino, se quitó los zapatos y se dejó caer con las piernas recogidas hacia su cuerpo. Se sentó tan cerca de él que con sólo estirar levemente la mano podía tocar sus castaños cabellos y acariciarlos con los dedos. Recorrió varias veces las gruesas hebras desde el cuero cabelludo hasta las puntas, una y otra vez.

—Creo que extraño tu cabello largo —le dijo ella.

Terry se quedó como adormilado, disfrutando las caricias, con los ojos cerrados por unos segundos. Luego tomó la mano de ella para preguntarle:

—¿Te gustó tu anillo señorita pecas?

Antes de contestar ella miró su mano, acarició la joya y lo vio con una inmensa sonrisa.

—Sí, mucho Terry.

—Sé que no es un anillo convencional, lo que todos regalan es un diamante. Pero vi este añillo y la esmeralda me recordó tus ojos, el bosque verde, los árboles en Escocia, nosotros en la hierba -le decía esto mientras tocaba con los nudillos de su mano izquierda la mejilla sonrosada de Candy.

—Sí, pensé lo mismo, recordé el bello bosque, nuestra falsa colina de Pony ¿La recuerdas Terry? Comentó ella yendo de un tono melancólico a uno más alegre.

—¡Ey esa era mi colina! Yo llegué primero al San Pablo —él volvió a quedarse en silencio recordando —Cuando ensayaba para El Rey Lear no hacía más que pensar en esa colina, en mis ratos libres me quedaba a solas y pensaba en ti, en nosotros juntos, todos los días en esa colina, viéndonos a escondidas. Charlando, yo haciéndote bromas, riendo. Él suspiró profundamente y añadió:

—Hay tantas cosas que quisiera decir señorita Pecas.

—Dilas, estoy aquí para escucharte -le dijo ella acurrucándose en su pecho, sintiendo un calorcito apacible. Un calorcito apacible emanando de un corazón agitado, Terry era un alma agitada, -pensó- agitada como el mar.

—He sentido por mucho tiempo que mi vida es como una obra de teatro, en la que solo he sido únicamente el espectador, como si todos estos años me hubiese sentado en un palco a contemplarla. Que no he vivido realmente los mejores actos o que esos actos estuvieron escritos, pero no llegué a interpretarlos. Cuando hice Romeo y Julieta, tenía un plan, cuando conseguí ese papel, creí realmente que mi vida sería otra, que lo había logrado y ahora pienso que ese papel y creo que estuvo maldito.

—No digas eso, fuiste un excelente Romeo, aunque mis ojos siempre estuvieron nublados cuando te veía actuar, no podía dejar de llorar. En los periódicos hablaban de ti como una estrella que apenas nacía y luego Hamlet. Tengo todos los recortes, aunque los escondí para no verlos porque me dolía mucho. Pero ese papel hizo que te conocieran, a ese gran actor que eres y que siempre quisiste ser.

—Estuve mucho tiempo enojado, resentido y no fue sólo en los años del colegio Candy, debes saber que después de esa noche, todo cambió para mí, no dentro de mí. Entonces luego de mis meses erráticos, encontré por fin alivio sobre el escenario en la actuación, pero cómo puedo pretender que fui feliz, no lo fui, pero hasta los hombres más sombríos despiden algún resplandor. Mi resplandor fue Hamlet y el público y la prensa crearon una imagen modificada de mí.

—Terry, nuestros sentimientos siempre han sido tan afines, nunca fuimos dos extraños, hemos sentido lo mismo todo este tiempo, creo que puedo entender que te relacionaras con otra persona, ambos estuvimos muy solos con nuestro dolor. Tu quizás más que yo, siempre tuve a Albert, a mis amigos, a mis maestras, al Dr. Martín, siempre he estado rodeada de personas que me aman. Aunque acabo de sentir mucha rabia por imaginarte con otra mujer, creo que de alguna forma yo me relacione con alguien también en una especie de relación donde pudo haber amor. No lo sé.

Al escuchar esto, Terry se apartó de ella —quien continuaba recostada a él- para acercarse a la ventana.

—Cuéntamelo Candy, no hay nada que temer, han sido muchos años sin saber él uno del otro, puedo resistirlo, puedo escuchar que te sentiste atraída por alguien u otro hombre por ti. Siempre he estado enamorado de la persona maravillosa que eres, por supuesto que puedo imaginarme que otro hombre pudo ver el mismo brillo que yo vi en ti.

Candy se quedó en el sofá y junto sus rodillas contra su pecho, pensó uno segundos lo que Terry le decía. Era cierto, sus vidas tuvieron que recorrer un largo camino de regreso a ese hogar que era él para ella, y ella para él.

—Luego de que comenzará a funcionar la Clínica Feliz en el pueblo, llegó un médico a ayudar al Dr. Martín. Yo lo conocí estando en el hospital en Chicago antes de que fuera enviado a Francia, fue médico de guerra. Creo que buscó en la clínica un refugio para sanar, como ya nos conocíamos comenzamos a pasar muchas horas juntos en el trabajo y fuera de él. Era agradable tener a alguien con quien conversar además del Doctor Martín. Debo confesarte, que nunca le hablé de ti, porque guarde tu recuerdo sólo para mi Terry, de algún modo creo que siempre entendió que existía un dolor en mí del que nunca quise hablar. Luego de un año, él me habló de sus sentimientos, pero a la vez me dijo que no estaba preparado para mi rechazo, no fue explícitamente una declaración. Tomó la decisión de continuar su camino y se fue a la costa este. A veces pienso que tal vez, hubiese podido darme una oportunidad con él. Pero definitivamente no estaba en nuestros destinos más que tener una amistad que aún conservo. Porque él ahora vive en Chicago, y lo he visto eventualmente.

Él permaneció en silencio, con sus ojos cerrados escuchó la historia. Frente a la ventana, no dijo nada. Entonces ella sintió ganas de abrazarlo, de olerlo, de consolarlo. Se levantó con un sobresalto dando varios pasos agitados para hacerlo. Colocó sus manos sobre la cintura de él hasta llevarlas a su pecho, ciñéndose con fuerza contra su espalda, usando todas sus fuerzas para transmitirle su amor, ni mil palabras podrían expresar todo el torrente de emociones agrías y dulces que la invadían en ese momento. Sólo quería tenerlo tan cerca que no pudiera escapar.

—Candy, dime algo, ¿estás segura de lo que sientes por mí? Porque yo siempre he estado seguro de lo que siento por ti —le preguntó el acariciando los delgados brazos de la rubia, que descasaban en su pecho.

—Sí Terry, yo te amo, siempre te he amado —le dijo ella sin despegarse ni un milímetro de su espalda. Podía sentir el corazón de él latir tan fuerte como el de ella, así como el ritmo de su respiración-.

Terry dio vuelta y una vez frente a ella, la abrazó una vez más. Sintiendo su calor, usándolo para apaciguar su agitación. Ese abrazo era fuego ardiente en el invierno de sus almas.

—No importa lo que haya pasado, estás aquí, como Macbeth saboree la duda y el miedo de que me hubieses olvidado, de que estuvieras en otros brazos y los míos no pudieran tenerte nunca más. Pero escuchándote segura como estás de tu amor por mí, yo te aseguró que mi amor ha sido siempre tuyo no tengo nada que dudar ni nada que temer. Ahora, creo que ya es muy tarde, te dejaré descansar. Mañana firmaré mi nuevo contrato y creo que nos debemos ir en el tren de medianoche a Chicago ¿Estás de acuerdo?

—Está bien, asintió ella. Pero puedes decirle a tu madre que iré a hablar con ella después del desayuno. Candy pensaba pedirle ayuda para comprar su vestido de novia en NY.

A pesar de sus palabras, Terry salió de esa habitación con una rasgadura en su corazón, ella pudo haberlo olvidado, pudo haberse casado, en realidad pudo existir esa posibilidad, otra vez era Macbeth, pensó. Un cosquilleo comenzó en su estómago y recorrió su cuerpo mientras conducía de regreso a la casa de Eleanor. Era el precio que tuvo que pagar por enfrentar el pasado, por escarbar en los años del silencio.  

Partida en dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora