27- Erraba solitario como una nube

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Desde el nacimiento de Eleanor, Terry sintió que sería muy difícil mantenerse alejado de ella, estaba total y perdidamente sometido a su pequeño milagro de amor. Al mínimo quejido o llanto corría hacia ella. Sus largas jornadas de trabajo comenzaron a parecerles una tortura. Y cuando regresaba a su departamento no hacía otra cosa que tomarla en brazos y mimarla.

Habían dispuesto de una habitación para ella, frente a la de ellos, y en las noches no cerraban las puertas para asegurarse de poder escucharla si llegaba a despertarse. Como ocurre normalmente con los bebés recién nacidos. Él siempre era el primero en levantarse si la oía llorar, como ocurrió esa noche.

—Ven mi amor, qué pasa, por qué lloras, vamos a dar un paseo por la casa, mami duerme, deja que mami duerma por favor. Paseamos tú y yo. No me sé una canción de cuna, al menos no puedo cantarla. Solo en el piano. Pero sé un poema. Te recitaré un poema, quieres Eli —Terry le dice en voz baja estas palabras a su pequeña, mientras le daba palmaditas en la espalda buscando acallar su llanto.

Erraba solitario como una nube
que flota en las alturas sobre valles y colinas,
cuando de pronto vi una muchedumbre,
una hueste de narcisos dorados;
junto al lago, bajo los árboles,
estremeciéndose y bailando en la brisa.

Continuos como las estrellas que brillan
y parpadean en la Vía Láctea,
se extendían como una fila infinita
a lo largo de aquella ensenada;
diez mil narcisos contemplé con la mirada,
que movían sus cabezas en animada danza.

— ¿Qué haces aquí, pasó algo? No la oí llorar, ¿tiene hambre de nuevo? —Candy se acercó a Terry abrazándose a él por la espalda.

—Shhh  acaba de quedarse dormida. No tiene hambre, solo está inquieta, por eso la traje hasta aquí. Espera le recitaba un poema... en dónde me quedé... ah ya recuerdo:

También las olas danzaban a su lado,
pero ellos eran más felices que las áureas mareas:
Un poeta sólo podía ser alegre
en tan jovial compañía;
yo miraba y miraba, pero no sabía aún
cuánta riqueza había hallado en la visión.

Pues a menudo, cuando reposo en mi lecho,
con humor ocioso o pensativo,
vuelven con brillo súbito sobre ese ojo
interior que es la felicidad de los solitarios;
y mi alma se llena entonces de deleite,
y danza con los narcisos.

Candy guardó en silencio, pegada a él, sintiendo las vibraciones de su voz, grave y profunda. Disfrutando de la cadencia de los versos que Terry recitaba de memoria y tan bellamente.

—Es muy hermoso, ¿de quién es? —le preguntó Candy mientras seguía abrazada a él.

—Se llama Erraba solitario sobre una nube, es de William Wordsworth, un poeta británico. Volvamos a la cama. Descansemos mientras ella duerme.

Terry llevó a la bebé hasta su cuarto. Colocándola con delicadeza, en medio de la cama de ellos dos.

—La dejaré aquí con nosotros, son las tres de la mañana, quiero dormir un poco.

—¿No crees que la estamos malcriando mucho? Deberíamos llevarla a su habitación —le dijo Candy con duda.

—Despertará de nuevo, y estaremos en lo que queda de noche, yendo de una habitación a otra. Si llora estaremos aquí para ella.

Terry se recostó sobre el colchón, cuidando de hacer el menor movimiento y ruido posible, descansando su cuerpo sobre su codo. Candy hizo lo mismo, ambos observando a su pequeña dormir.

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