25- Cuenta conmigo

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Charlotte, conocida como la ciudad reina, había florecido luego de las guerras, como el principal centro de fabricación del algodón del Sur de los Estados Unidos. Además, era el lugar del cruce ferroviario, estaba estratégicamente ubicada sobre la línea principal del Ferrocarril del Sur, y la ayudó a convertirse en el centro de ventas y distribución de las Carolinas para todo tipo de productos. Era una interesante mezcla de comunidad agrícola y centro textil regional. En lo que se comenzaba a conocer como el Nuevo Sur.

Georges Villers, y los Granchester arribaron a la ciudad en el último tren en medio de una sofocante tarde a finales de la primavera. Candy fue la primera en resentir los efectos del calor apenas bajó del tren. Eso junto a los malestares que la aquejaron durante todo el trayecto desde Nueva York.

—Contacté al chofer que estuvo conmigo en el anterior viaje, iré a buscarlo para que no ayude con el equipaje, vayamos de inmediato al hotel. Me preocupa que la señorita Candy esté tan pálida — decía Georges mientras caminaban por la plataforma en medio de un remolino de personas, que seguían descendiendo y subiendo al tren.

—Tratemos de salir de este mar de personas, y busquemos un lugar para esperar a tu tío. Candy no te sueltes de mi brazo. Tampoco te veo muy bien.

—Estoy bien, ambos exageran, me siento un poco mareada, y algo sofocada, pero se me pasara apenas tome algo de aire fresco y salgamos de esta agitación — dijo Candy mientras trataba de sostenerse del brazo de su esposo.

Finalmente llegaron al hotel, un hermoso edificio de estilo victoriano, ubicado en el Uptown de la ciudad. Con extraordinaria diligencia, Georges realizó el registro de tres y en minutos, ya estaban cómodamente instalados en amplias habitaciones, las que contaban con convenientes porches hacia los jardines llenos de frondosos árboles.

—Ven, vamos al porche, quítate los zapatos —le dijo Terry mientras acariciaba su espalda, y la invitaba a caminar junto a él.

Se sentaron uno frente al otro en unos muebles de mimbre, y Candy descanso sus pies sobre las piernas de Terry, mientras disfrutaban de té helado. Frente al porche, había un gran sauce llorón, cuyas ramas se mecían suavemente con la brisa vespertina. También se podía apreciar una especie de sendero, más allá de ese sauce, marcado por dos hileras de grandes árboles de robinia. Ella se quedó ensimismada, perdida en aquel paisaje desconocido para una chica que nunca había visitado el sur.

—Alguna vez viniste aquí, en algunas de tus giras —le preguntó a Terry, al tiempo que volvía su mirada a él.

—No, nunca. Creo que en general los productores les rehúyen a las ciudades con segregación racial tan marcada, siempre hay problemas. Es bonito este lugar —dijo observándola y le masajeaba los pies.

—¿Por qué Julie habrá venido a esta ciudad, por qué hasta aquí?

—Ya te lo explicó Albert pecosa, vino con esas monjas. ¿Te pasa algo? En qué estás pensando —le interrogó Terry algo preocupado.

—Me preguntaba si él. Si mi padre habrá conocido esta ciudad también. Recuerdas que Georges no contó que venían muchos hombres a trabajar en las minas. Pensaba en eso —Candy se quedó unos segundos en silencio, y puso ambas manos sobre su pancita de embarazada, y abriendo sus ojos tan grandes como platos, sonrió de pronto, mirando directamente a Terry —se está moviendo, puedo sentirlo, ven dame tu mano.

Terry se movió y se agacho frente a ella. Candy le sujetó las manos para indicarle, exactamente donde debía colocarlas.

—Espera, no hables —le susurró.

Terry se quedó petrificado, mirando sus manos, y en segundos pudo sentirlo muy levemente también. Ambos reían, mientras Candy llevaba las manos de Terry sobre el vientre para captar mejor los movimientos de su bebé.

Partida en dosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora