23- Una sorpresa entrañable

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Candy trató de sosegarse, leyó con detenimiento la carta enviada por Richard para ella. A medida que lee aprecia el valor que debió necesitar el duque para escribir ambas misivas. Especialmente la que ha dirigido a su hijo. Al que no duda, debe querer mucho y debe extrañar de igual forma. Se quedó pensativa unos segundos, con la hoja membretada con el sello del ducado en la mano.

Lo primero que vino a su mente, es que no podía esperar mucho tiempo para contestar el buen gesto de Richard, por lo que le escribiría una carta lo antes posible, se sentía además en la obligación de informarle que sería abuelo. No quería negarle un acontecimiento tan importante. No estaba segura, de que la noticia fuera capaz de enternecer el corazón de un hombre como él, pero era su deber no ocultarlo.

—En qué piensas, por qué te has quedado tan callada —le preguntó Albert con cierta curiosidad.

—Perdón, qué has dicho.

—En qué piensas tanto —le replicó Albert.

—Ah, en Terry, ya sabes no tomará nada de esto de buena manera. Ya lo verás, yo ya puedo ver su enfado —dijo Candy mientras se cruzaba de brazos, y lanzaba un resoplido.

—De cualquier modo, no creo que pueda hacer nada. La escritura es muy clara, tiene además una cláusula. La propiedad no puede pasar a manos de ninguna persona ajena a la familia Granchester. No puede venderla, ni traspasarla, básicamente sólo sus descendientes pueden heredar, y sus hijos tampoco podrán venderla. Es una propiedad que solo puede pasar de generación en generación. Puedo imaginarme, que el duque también la recibió como parte de una herencia.

—Creo que sí, puedo acordarme de un salón con las fotografías de los antepasados de Terry, hay muchos objetos antiguos. Él tiene lindos recuerdos de ese lugar, de su infancia, con sus padres. Será difícil. No se dejará convencer de recibirla, y menos ese título. Me preguntó por qué el duque hizo tal cosa.

—Porque lo quiera o no, Terry es un noble, fue su destino tener al padre que tiene Candy. Así como yo no pude rehuir por siempre del puesto al que estaba destinado a ejercer en la familia Ardlay. No se puede huir por siempre del designio con el que naciste. Se que no le agrada, pero es lo que es, nada puede cambiarlo, a pesar de haberse alejado y no querer aceptar sus obligaciones, él finalmente algún día será el heredero del ducado.

Albert no había terminado de pronunciar estas palabras, cuándo Terry abrió la puerta del estudio, y con genuino entusiasmo se acercó a su amigo para saludarlo con un inusual abrazo.

—Vaya llegó el futuro padre — dijo de inmediato el rubio Ardlay.

—¿Cuándo llegaste?

—Hace unas horas, pero fui prácticamente de la estación al hospital, a buscar a cierta enfermera para que me llevara a comer.

Terry se movió para sentarse al lado de Candy, antes la saludó con un beso en los labios, al sentarse acarició su vientre y le preguntó cómo se había sentido ese día. También vio el sobre de la carta en su regazo e identificó el sello y la caligrafía.

—¿Cuándo llegó eso? —preguntó mientras liberaba los botones de su saco.

—Hoy, es una carta del duque.

—Ya sé de quién es la carta. Reconozco el escudo de los Granchester, ahora, mi pregunta es ¿por qué la abriste?, nunca dejarás de ser una entrometida, no es cierto Candice. Iré a darme una ducha antes de la cena —Terry volvió a levantarse, pero Albert lo detuvo.

—Creo que no estás siendo justo con tu esposa Terry. Por qué no vuelves a sentarte y esperas a que ella te explique.

Si por alguien Terry sentía profundo respeto era por Albert Ardlay, no solo por ser el padre adoptivo de Candy. Estaba además la sincera y leal amistad que los dos compartían, la que no se había desmoronado ni con el paso del tiempo, ni por la distancia de los años. Así que volvió al lado de su esposa, estrechando su mano con la de ella, en una señal silenciosa de disculpas.

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